Editoriales

¿Cómo corrompimos ‘el milagro’ del petróleo mexicano? / Felipe Monroy

Formado en la UNAM, tras colaborar con el Semanario Desde la Fe y contribuir a crear el sistema informativo de la Arquidiócesis de México, el autor es director de la revista Vida Nueva, que se publica con éxito desde hace más de 50 años en España
Formado en la UNAM, tras colaborar con el Semanario Desde la Fe y contribuir a crear el sistema informativo de la Arquidiócesis de México, el autor es director de la revista Vida Nueva, que se publica con éxito desde hace más de 50 años en España

El problema no se encuentra en la economía exterior ni en la cualidad nacional o extranjera de la industria petrolera, sino en el terrible vicio que nos ha acompañado como nación a lo largo del siglo XX y lo que va del XX: el corrompido usufructo de la renta petrolera

Ciudad de México, 16 de enero de 2017.- Con sus grandes reservas, la expropiación de los ingenios petroleros realizada por Lázaro Cárdenas en 1938 sirvió positivamente para la construcción de las grandes instituciones mexicanas. Quizá de ninguna otra manera México hubiera logrado levantar las principales instituciones sociales del país como los servicios de salud y salubridad o los organismos de educación pública o el fugaz desarrollo agroindustrial. Sin embargo, como es de todos sabido, el mal manejo del petróleo también fue el creador de enormes veneros burocráticos, empresariales y políticos fincados en corrupción y dispendio.

Por ello, los servicios de salud públicos (aunque indispensables para la gran sociedad) hoy se desmoronan por abandono; las instituciones educativas públicas (aunque propiciadoras de equilibrios culturales entre las clases más bajas y las ricas herederas de alcurnias prerrevolucionarias) han sido secuestradas por intereses políticos y económicos; y, el resto del desarrollo agrario e industrial fundado en la renta petrolera persiste en recitar discursos de megalomanía nacional-corporativista aunque sus insumos y productos tengan origen y destino en las economías privadas y extranjeras.

En este 2017 se notifica un serio ajuste en los precios de los combustibles derivados del petróleo, el cual ha provocado un airado malestar popular; sin embargo, el problema no se encuentra en la economía exterior ni en la cualidad nacional o extranjera de la industria petrolera, sino en el terrible vicio que nos ha acompañado como nación a lo largo del siglo XX y lo que va del XX: el corrompido usufructo de la renta petrolera.

El milagro que no fue

A inicios de la década de los 80, la historia sobre la industria petrolera en México tocaba otra tonada. Las circunstancias internacionales y el descubrimiento de nuevos yacimientos de crudo catapultaron a México como un atractivo proveedor de petróleo y, en consecuencia, los ingresos por venta se dispararon por los cielos. El propio presidente, José López Portillo, llegó a declarar: “México ha estado acostumbrado a administrar carencias y crisis. Ahora con el petróleo tenemos que acostumbrarnos a administrar la abundancia”.

La posición económica de México a nivel internacional cobró relevancia como nunca antes. Los Estados Unidos –tanto con Carter como con Reagan- mantuvieron una nerviosa relación con el gobierno mexicano debido al petróleo abundante y barato que se vendió a otros países. En esos años, era común que los mandatarios del sur hicieran antesala en oficinas del gobierno mexicano para solicitar petróleo, maquinaria y créditos para su desarrollo industrial. Hoy es difícil imaginarlo, pero hubo una época en que México y Venezuela se comprometieron a abastecer de petróleo a Costa Rica, Jamaica y Nicaragua sólo por ‘limar asperezas diplomáticas’.

El imprudente despilfarro y la complicidad con formas más creativas de corrupción e impunidad no sólo terminaron con la brevísima época de bonanza económica, también inauguraron una crisis económica de la cual México no ha podido desprenderse del todo.

Los modelos de economía neoliberal continuados por Miguel de la Madrid y llevados a su máximo esplendor durante el sexenio de Carlos Salinas tampoco lograron conjugar un modelo de inversión económica con procesos de desarrollo a largo plazo. Antes bien, como en el resto de los países asesorados por las instituciones económicas globales, simplemente se estableció un modelo económico cuyos frutos parecen solamente ensanchar la brecha entre ricos y pobres, como demuestran los informes de Oxfam.

¿Dónde estamos hoy?

El siglo XXI no ha dejado atrás las prácticas de corrupción e impunidad en el país; de hecho, no hay administración pública que en realidad pueda comprobar el éxito de prácticas más honestas en el ejercicio del poder. Ni siquiera la transición política en México en el 2000 logró cambiar los vicios de la corrupción, cohecho y pillaje acostumbrados. Quizá por ello no han mostrado su utilidad las radicales reformas del 2013 (fruto del Pacto por México concretado por Enrique Peña Nieto) que abrieron la participación de empresas de capital privado a servicios, rendimiento y producción compartida sobre los activos de Petróleos Mexicanos; reformas que habrían de impulsar al país como insistía el eslogan presidencial.

De allí la paradoja y la incomprensión en la toma de decisiones para el alza de precios en combustibles. México aún conserva su undécima posición entre los países productores de petróleo y Pemex sigue en el 14° lugar del ranking de empresas petroleras; pero el volumen de importación de gasolinas (usamos 62% de gasolina extranjera: del cual, el 81% compramos a Estados Unidos y el 15% a Holanda) hace insostenible el precio bajo del combustible.

Las decisiones sobre el manejo del petróleo y los combustibles son ya lo de menos. El lucro de las grandes oportunidades económicas que aún tiene el país (petróleo, turismo, bono demográfico) ya no participa en el soporte del desarrollo social, comunitario o colectivo como antaño. Y, de hecho, como parte de la ideología económica imperante es ya muy difícil encontrar entre la clase trabajadora un sentido de responsabilidad social con los menos desfavorecidos. Una convicción incluso razonable pues terminarán pagando los bienes indispensables para un estilo de vida apenas regular.

A manera de corolario termino con una expresión escuchada en el desierto, un proverbio beduino que dice: “Un camello, un dinar; un camello, mil dinares”. Quiere explicar que lo que cuesta poco suele despreciarse y que, cuando sube su precio, igual hay que seguir comprándolo porque aún es imprescindible. Nuestros camellos en México son los combustibles derivados del petróleo: se han encarecido y ya sólo pocos podrán rentarlos holgadamente para atravesar el desierto; para el resto, aunque sean prácticamente inasequibles, seguirán siendo indispensables. @monroyfelipe

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