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Crisis de valores en Michoacán / Alejandra Ortega

La autora, Alejandra Ortega, es subdirectora de ATIEMPO.MX, con una amplia trayectoria de más de 15 años en los medios de comunicación
La autora, Alejandra Ortega, es subdirectora de ATIEMPO.MX, con una amplia trayectoria de más de 15 años en los medios de comunicación

Se ha perdido por completo el respeto a los demás, a la propiedad del otro y a la vida misma; da igual atropellar a alguien en la calle, sólo porque vamos con prisa y podemos huir sin importar los daños que pudimos causar al otro, y da lo mismo matar a alguien sólo para arrebatarle sus pertenencias

Morelia, Michoacán, 22 de mayo de 2017.- La inseguridad que vivimos en Michoacán va en aumento, no lo podemos negar  y mientras no lo aceptemos y dimensionemos el problema, no podremos pensar en soluciones.

Estos esfuerzos deben venir de los gobiernos, pero también de las mismas familias, haciendo lo que corresponde a cada uno.

Ciertamente nuestro estado no se ha distinguido por ser siempre pacífico, pues ha sido protagonista de diferentes enfrentamientos y revueltas hasta de carácter histórico.

Caracterizados por su gente aguerrida y a veces desconfiada, que ve con recelo a quienes vienen de otros lugares. Cerrados y elitistas algunos nos dicen.

Y en zonas como Tierra Caliente, la franqueza de su gente a veces se confunde con agresividad. Gente con ideas muchas veces diferentes a las del resto de los michoacanos.

Sin embargo, esto no ha sido un factor determinante en este aumento de violencia sin precedentes en Michoacán. Aquí hay otros elementos que me parece, juegan un papel relevantísimo en esta aguda descomposición social que vivimos.

Lo que estamos viendo se llama crisis de valores, en donde se ha perdido por completo el respeto a los demás, a la propiedad del otro y a la vida misma.

En donde da igual atropellar a alguien en la calle, sólo porque vamos con prisa y podemos huir sin importar los daños que pudimos causar al otro, y da lo mismo matar a alguien sólo para arrebatarle sus pertenencias.

Esto definitivamente no es fortuito y se ha diseñado para tener estos resultados, porque a alguien conviene tenernos en este estado de crisis. Lo peor es que todos tenemos culpa, en mayor o menor medida pero todos abonamos a esta descomposición.

El Estado no cumple su parte, responsable de solapar a malhechores y además premiarlos. Ejemplos tenemos muchos en Michoacán y todos los conocemos. El Estado también ha sido responsable de la existencia de grupos bien organizados de personas que aprendieron, del mismo gobierno, a vivir del chantaje y la presión, y éstos han perfeccionado estas habilidades, hasta llevarlos a ser una verdadera mafia.

El Estado también ha sido omiso al no depurar las instituciones, siendo responsable de tener al enemigo en sus filas.

Todo esto por supuesto que descompone a una sociedad. Pero los efectos no serían tan hondos, si los ciudadanos fuéramos honestos, íntegros, personas con valores éticos y morales bien cimentados.

Pero estos gobiernos encuentran la complicidad perfecta en nosotros. Pues somos capaces de ser iguales si se nos presenta la oportunidad de acceder a esos círculos. Porque se nos puede olvidar cualquier vestigio de honestidad con tal de ser parte de esos grupos que consideramos privilegiados y en donde el más honorable y probo no tiene mucha cabida.

Pero esta crisis no es sólo nuestra, es una tendencia a nivel mundial y los efectos los vemos hoy en nuestro entorno y la raíz es más perversa de lo que muchos creerían

Ideologías que tergiversan lo natural. En donde los padres deben ser los mejores amigos de los hijos, no quienes educan y ponen reglas o límites, porque hoy esto se puede confundir con maltrato o abuso infantil, y creemos que los hijos sufrirán si se les regaña.

El ser padres lo confundimos con ser sólo proveedores, por ello la necesidad de salir a trabajar los dos. Pues nos hemos creído que hay que darle todo a nuestros hijos.

Y la culpa generada por no estar con los menores, la suplimos con el regalar cosas y nos sentimos tranquilos porque nos han enseñado que el tiempo con ellos debe ser de calidad, no en cantidad.

Esto nos quita las culpas, pero entraña un problema muy grave porque los hijos crecen sin sus padres, sin la vigilancia y acompañamiento de éstos y ello a la larga genera adultos con muchos problemas emocionales y de comportamiento, adultos frustrados que creen merecerse todo y tener derecho a todo. Y esto puede agravarse con esta falta de valores éticos y morales que permea nuestra sociedad.

Los padres cada vez más permisivos porque así nos han dicho que es ser buen padre. Entonces estamos ahora sujetos a un orden de disciplina que ya no es el del padre a su hijo. Ahora ese orden lo hace efectivo el Estado, pero el Estado falla mucho más que nosotros en la aplicación de ese orden y normas que deberían permitirnos vivir en una sociedad en paz.

Por ello hay tantos casos de jóvenes y adultos que infringen las leyes todo el tiempo, a veces sin ninguna consecuencia, ni del Estado y menos del seno familiar.

Nos creemos todopoderosos, con derecho de pisotear a quien sea, de no tener el mínimo respeto hacia los demás. Nosotros también tenemos parte de responsabilidad en esta crisis que hoy padecemos.

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