Editoriales

Defensa de la política como «arte de lo no posible» / Teresa Da Cunha Lopes

Teresa Da Cunha es doctora en Derecho; con diversos posgrados en universidades de México, España y Francia; profesora investigadora de la UMSNH; miembro del Sistema Nacional de Investigadores; y coordinadora del Área de Ciencias Sociales en el CIJUS
Teresa Da Cunha es doctora en Derecho; con diversos posgrados en universidades de México, España y Francia; profesora investigadora de la UMSNH; miembro del Sistema Nacional de Investigadores; y coordinadora del Área de Ciencias Sociales en el CIJUS

Estamos inmersos en una guerra ideológica. Estamos en las trincheras de las » guerras culturales”. No tengamos miedo, como intelectuales (lo uso en el sentido que los franceses dan a este término), de ser, al mismo tiempo utópicos y críticos, porque esta es la única manera de encauzar las fuerzas político -sociales

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Morelia, Michoacán, 19 de septiembre de 2016.- «Separar» y «distinguir» son dos actos / procesos diferentes. Pero entre nuestros políticos existe grande confusión sobre este asunto y, en consecuencia, asistimos a una separación de la teoría y de la práctica política. Así que, quedan limitados al «corto plazo”, a la inmediatez de una encuesta, a la viralidad de un hashtag. Como tal, solo se ocupan de «lo posible”, de las pequeñas tareas de gestión del nada y, de una simulación de administración del presente.

Los resultados (más bien los no – resultados), están ahí.

No hay estrategia en la pugna por los principios de las libertades republicanas, no hay voluntad de reafirmar una cultura de la legalidad, no hay una voluntad visible de lidiar con la existencia de una base sociológica de los emergentes movimientos ultra conservadores que reivindican, histéricamente, por las contrarreformas.

Por paradójico que parezca, en las últimas dos décadas del siglo XX estábamos viviendo para el futuro. Hoy, estamos defendiéndonos (y mal) de aquellos que nos quieren regresar al pasado ignominioso.

En aras de escenificar movimiento político, se aplica la máxima del «gatopardismo”: se insinúan ligeros cambios para que todo siga igual. La tarea manipuladora se la dejan al periodismo servil y a las legiones de bots, facilitada por la «base sociológica » de una masa despolitizada, pero que siempre está contra todo y, en particular, contra «el otro» (ayer, contra el judío, hoy contra el refugiado, el migrante o el homosexual). Ayer se llamaban «legionarios”, » camisas negras”, etc. Hoy se llaman «alter-right”.

Son masas totalmente desproveídas de una ética democrática, unidas en el único elemento aglutinador de su acción: en el odio a las minorías, a las libertades, a la justicia social. Son movimientos que usan el cuadro de las libertades cívicas para minar, desde el interior, toda la arquitectura de las sociedades modernas basada en el paradigma de los derechos humanos.

Son masas que tienen una base sociológica precisa que alimenta los «depreciables » comportamientos y narrativa de los seguidores de Trump, de los neofascistas de Le Pen y de las hordas «pro familia»

Para estos grupos, la «acción política «consiste, simplemente, en el rechazo de cualquier forma que pueda «oler» a un principio liberal, a una ética laica, a una solidaridad económica y, que se reconoce en la defensa del autoritarismo del «principio del poder», en la reclamación de un orden «natural», constructo de una limitada cultura histórica y de una estrecha interpretación de dogmas, para perpetuar la superestructura de represión de las libertades individuales y del desarrollo social.

A esto nos llevó la «política de lo posible”, por la cual abandonamos (o estamos a punto de abandonar) los principios de la res publicae: el laicismo, la equidad, la progresividad de los derechos, el debate crítico de las ideas, la fuerza del poeta, la utopía de la idea de Humanidad y, la curiosidad científica del intelectual.

O sea, perdimos el rumbo, porque la política dejó de ser «el arte de lo no posible”, para transformarse en la praxis de la «rendición» ante el asalto de la dictadura del fundamentalismo religioso y de sus pseudo preceptos moralistas.

Los anarquistas eran poetas sin saberlo y la utopía franciscana era revolucionaria. Hoy solo quedan «católicos» que silencian los crímenes de los pederastas ungidos, para revestir la piel de lobo de defensores del «derecho a discriminar» y una izquierda que criminalmente calla ante la subida al escenario del «discurso del odio «fundamentalista, porque quedó atrapada en los ropajes de «lo posible» para no «incomodar» a nadie. Y, porque se creyó el cuento chino de potencial perdidas de votos si enfrenta a los fundamentalistas. Es un cálculo erróneo. Es una falacia. Los fundamentalistas no tienen la mayoría en las urnas. Si la tuviesen no necesitarían de controlar las «calles”.

En esta situación es necesario, entonces, colocar la doble cuestión: ¿es el cambio posible? ¿estamos a tiempo de cambiar? Si, todavía tenemos una pequeña ventana temporal.

Sí, pero tenemos que dejar de separar la teoría y la praxis política. Estamos inmersos en una guerra ideológica. Estamos en las trincheras de las «guerras culturales”. No tengamos miedo, como intelectuales (lo uso en el sentido que los franceses dan a este término), de ser, al mismo tiempo utópicos y críticos, porque esta es la única manera de encauzar las fuerzas político -sociales.

Regresemos a la política como «arte de lo no posible”, como instrumento de creación continúa de un mundo mejor. Como medio de empoderamiento del individuo, de cualquier individuo, de cualquier género, con el fundamental derecho al desarrollo libre de su personalidad.

Un mundo de » imposibles» fue siempre la condición mínima para el cambio.

Un mundo liderado por aquellos que no separan la teoría y la praxis política, que practican la política como el «arte de lo no posible” nos dio el fin de la esclavitud, el derecho de sufragio para las mujeres, la libertad de expresión, el reconocimiento constitucional de la equidad de géneros, la educación para todos y, por ende, los viajes al espacio, la medicina genómica y las telecomunicaciones globales, el pensador de Rodin y los murales de Rivera (entre tantos ejemplos posibles), la música de Bernstein y las ecuaciones de Perelman.

Un mundo de poetas, de pintores, de físicos y de filósofos fue siempre más civilizado que un universo regido por » torquemadas’.

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