Editoriales

Fanatismo y política (Por: Alejandro Vázquez Cárdenas)

El autor de este artículo es el reconocido Doctor Alejandro Vázquez Cárdenas
El autor de este artículo es el reconocido Doctor Alejandro Vázquez Cárdenas

El fanático no es razonable, no le interesa la verdad, pues su pasión está al servicio, con fidelidad canina, de alguien o algo que le ha convencido; su dañada inteligencia no le permite dudar ni  someter a prueba lo que le dicen, lo que el Mesías dice es un dogma y como tal debe ser acatado; el fanático es perfectamente capaz de los mayores crímenes, pues los justifica en aras de un bien posterior

Morelia, Michoacán, 03 de octubre de 2017.- Primer vayamos a la popular y razonablemente confiable Wikipedia para una definición de lo que es fanatismo. “Actitud o actividad que se manifiesta con pasión exagerada, desmedida, irracional y tenaz en defensa de una idea, teoría, cultura, estilo de vida, etc. El fanático es una persona que defiende con tenacidad desmedida sus creencias y opiniones”.

Ahora bien, el fanatismo lo podemos encontrar en el terreno del deporte, en pasatiempos, en una moda pasajera, entre los seguidores del artista de moda, hasta aquí nada del otro mundo, pero donde muestra su peligro es en  la Religión y en la Política; son miles, quizá millones, las agresiones y asesinatos en el nombre de un Dios o de una ideología.

Víctor Frankl describe al fanático con dos rasgos esenciales: La absorción de la individualidad en una ideología colectiva y el desprecio de la individualidad ajena. El conocido filósofo y enciclopedista francés del siglo XVIII Denis Diderot afirmó que “del fanatismo a la barbarie sólo media un paso”, y la experiencia mundial lo ha confirmado siglo con siglo, pues es en la barbarie donde con más facilidad y soltura se mueven los fanáticos. Al fanático no le interesa el orden ni las ideas racionales; para el fanático el pueblo debe mantenerse al margen del conocimiento y convenientemente indignado y desinformado, más bien, mal informado, para pescar en río revuelto. El recurso de acusar de todo a un enemigo difuso (La mafia del poder) es muy conveniente.

Otra de las características del fanático respecto a sus injusticias que inevitablemente comete es disfrazarlas de necesarias y justificadas. Para ello necesita una prensa cómplice que defienda, sin pudor alguno, cuanta insensatez se le ocurra al líder.

Un detalle que a muchos les puede resultar extraño; el fanatismo tanto político como religioso puede ser compatible con la serenidad y presenta, no pocas veces, convincentes señales de «moderación». El fanático no necesita ser irritable, nervioso o estar en permanente estado de excitación; pues está en total  sintonía con su ideología. Recuerden la impasible serenidad de los cultos Comandantes SS de los campos de concentración nazis mientras cumplían su terrible tarea. El fanático tiene una firme comunión con las ideas de su Mesías,  piensa y siente como se le indica y todo el que disienta está equivocado y es un enemigo.

Al mismo tiempo, la filiación da al fanático una localización y un punto de apoyo; gracias a la ideología colectiva se integra tan bien en el mundo, que en su medio jamás se siente aislado y extraño. Nada le arraiga más profundamente en la temporalidad, en lo histórico, que su rechazo del presente, contra el que grita consignas tales como «Otro mundo es posible«, queriendo decir, precisamente, que se trata de este mismo mundo cuando sea subyugado y sometido por su partido. La absorción de lo infinito en el finito la encontramos expresada cínicamente en los versos del poeta comunista Paul Éluard: «Hay otros mundos, pero están en éste

El escritor William Drummond  decía que “Quien no quiere razonar, es un fanático; quien no sabe razonar, es un tonto; y quien no osa razonar, es un esclavo”. El fanático no es razonable, no le interesa la verdad, pues su pasión está al servicio, con fidelidad canina, de alguien o algo que le ha convencido; su dañada inteligencia no le permite dudar ni  someter a prueba lo que le dicen, lo que el Mesías dice es un dogma y como tal debe ser acatado. Por tanto, el fanático  no cambia;  para defenderse niega  la parte de la realidad que no le agrada. Pero falta mencionar lo que lo hace muy peligroso, el fanático es perfectamente capaz de los mayores crímenes, pues los justifica en aras de un bien posterior.

Mal asunto, pues en esta época abundan.

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