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Rehenes de quienes buscan el poder / Alejandra Ortega

Los dos grandes grupos de poder nos tienen atados a quienes no participamos en ellos. No hay hacia a dónde hacerse. Somos rehenes de éstos que tienen un mismo origen, aunque unos se autodenominen “izquierda”.
Los dos grandes grupos de poder nos tienen atados a quienes no participamos en ellos. No hay hacia a dónde hacerse. Somos rehenes de éstos que tienen un mismo origen, aunque unos se autodenominen “izquierda”.

Los ciudadanos de a pie, esos que no tienen una afiliación partidista, aquellos que no son parte de alguna organización con tintes políticos y que no han ocupado nunca de los partidos, esos ciudadanos son quienes realmente pagan los platos rotos de la encarnizada lucha por el poder, de quienes están visiblemente en él y de los otros, que dicen ser luchadores sociales, y que también son parte del poder.

Morelia, Michoacán, 06 de abril de 2017.- ¿Por qué tenemos que estar forzosamente de parte de alguno?

Los ciudadanos de a pie, esos que no tienen una afiliación partidista, aquellos que no son parte de alguna organización con tintes políticos y que no han ocupado nunca de los partidos, esos ciudadanos son quienes realmente pagan los platos rotos de la encarnizada lucha por el poder, de quienes están visiblemente en él y de los otros, que dicen ser luchadores sociales, y que también son parte del poder.

Lo que vemos en nuestro país, al igual que sucede en muchos otros, sobre todo de América Latina, son movimientos que intentan desestabilizar un orden dado y en ocasiones sí que lo logran y quiebran gobiernos para imponerse ellos.

Por un lado, tenemos a los partidos, a esos políticos que todos conocemos y que con revisar un poco su trayectoria, entendemos de dónde vienen y hacia dónde van. Son los que hacen las leyes y reforman otras, muchas veces para beneficio de ellos. Son también los que tienen representación en los órganos electorales y que los vemos haciendo campaña de forma pública. Están sus nombres pintados en paredes y sus fotos en espectaculares y transporte público, a la vista de todos.

Políticos que hacen fraudes, que manejan al país a su antojo, que imponen impuestos y tienen a la población cansada de tanta impunidad y tanto robo.

Pero por el otro lado, también hay grupos con mucho poder. Son contrarios, aparentemente, a estos otros. Aunque en realidad son los mismos, pero juegan un papel importante en la forma en la que se mueve el panorama político y económico en nuestro país.

No son tan conocidos como los otros, pero están bien organizados y tienen nexos poco claros, o más bien muy obscuros. Operan en todo el país, pero se han enquistado más en estados como Michoacán, Oaxaca, Chiapas, Guerrero y también en la Ciudad de México.

Sus líderes visibles tratan de demostrar que son de clase baja, sin recursos, vistiendo ropas nada ostentosas, algunos de huarache y sombrero, pero la realidad dista muchos de esto. Algunos tienen grandes empresas, otros, inciden en los medios de comunicación o hasta son dueños de ellos, pero reciben órdenes de más arriba, de los mismos que ordenan también a los políticos «visibles», y esos no tienen nada de pobres o humildes. Al contrario, son una élite financiera que juega en dos bandos.

Estos grupos de «izquierda», a veces surgidos de la nada, exprofeso para encabezar algún movimiento de coyuntura, no son fácilmente identificables, pero observando, siempre se da con quienes están detrás y muchas veces resultan ser personajes conocidos.

Estos hombres y mujeres, entre ellos muchos jóvenes, son adoctrinados y engañados, haciéndoles creer que el futuro del país y de los mexicanos está en sus manos, que son los únicos que pueden hacer frente a la oligarquía y a la mafia en el poder.

¿La forma? La revolución. De los tamaños que sean, pero que de ellas obtienen no sólo la confianza y la camaradería de esos jóvenes con anhelos de ser un día los que tengan el poder del país y puedan cambiar esquemas, sino también de tener prebendas de los gobiernos, jugosos recursos que se hacen cotidianos, y hacen del chantaje y la violencia una forma de vida.

Muchos de ellos forman parte del mismo gobierno, viven de él, sus sueldos salen de ahí, pero igual lo confrontan y descalifican, sólo que no dejan sus puestos y sus beneficios a perpetuidad.

Son profesores afiliados a grupos radicales que manejan gente y recursos. Que se incrustan en movimientos genuinos, que nacen de problemas reales, como Arantepacua y la Meseta Purépecha, como los movimientos estudiantiles, como el Yo soy 132, como la gente organizada para protestar contra el gasolinazo.

Todos estos movimientos con un origen legítimo, de una molestia general de la población, pero que son usados por los grupos radicales, que los infiltran, corrompen y contaminan, quitándole ese carácter de social y convirtiéndolos en movimientos suyos. Y es fácil reconocerlo porque las demandas empiezan a cambiar, las exigencias empiezan a tomar forma de CNTE, de CUL, de normalistas, etcétera.

Las formas de «lucha» son siempre las mismas: robar vehículos y quemarlos. Marchar y hacer grandes movilizaciones, enfrentarse con la policía, cerrar calles, bloquear entradas y salidas, pintar edificios, gritar las mismas consignas, de la misma forma, todo igual.

Estos dos grandes grupos de poder nos tienen atados a quienes no participamos en ellos. No hay hacia a dónde hacerse. Somos rehenes de éstos que tienen un mismo origen, aunque unos se autodenominen «izquierda».

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