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¿Son iguales todos los humanos? / Alejandro Vázquez Cárdenas

El autor de este artículo es el reconocido Doctor Alejandro Vázquez Cárdenas
El autor de este artículo es el reconocido Doctor Alejandro Vázquez Cárdenas

Vale la pena detenerse a pensar un poco,  ¿Qué tan cerca estamos del gorila cada uno de nosotros? Esto aplica a fanáticos religiosos, fundamentalistas políticos, varios líderes de naciones, a las hordas de violentos e intolerantes integrantes de corrientes políticas y sindicales y un interminable etcétera.

Morelia, Michoacán, 07 de febrero de 2017.- Si hacemos  esta pregunta a una población abierta, es probable que la mayor parte de los entrevistados  contesten que sí, que todos somos iguales, aunque después, en la soledad de su conciencia, a muchos les quedará una cierta duda, pues en su fuero interno consideran ser, en algún grado, un poco o un mucho diferentes al resto de las personas.

La verdad es que si nos referimos a nuestro código genético: 46 cromosomas en el genoma humano,  XY en el hombre y XX en la mujer, pues sí… somos todos iguales, como también es cierto que compartimos un 96% del mismo código genético con un gorila y un 97 % con un chimpancé, que es nuestro pariente antropoide más cercano, para molestia de los creacionistas.

Ahora que, si nos atenemos a las llamadas «funciones cerebrales superiores», esas adquiridas en el último trecho de la evolución del humano, entonces no solo somos distintos, sino que de plano somos bastante diferentes. En Psicología encontramos que el capítulo relacionado con la «Personalidad» es lo suficientemente extenso para darnos cuenta de las enormes diferencias que existen en el comportamiento de los humanos. Comportamiento que está dado mayoritariamente por una carga genética y modelado y matizado por el medio ambiente en que nos desarrollamos: nuestra familia, escuela, compañeros, maestros, medio ambiente laboral, etcétera,  todo esto condiciona nuestras aficiones, lecturas, fobias, ideas, inclinaciones etc.  Somos nosotros y nuestras circunstancias. Los diversos tipos de personalidad descritos en psicología nos muestran una variación amplia en la manera de ser de cada individuo. Solo cuando se exageran algunos rasgos de la personalidad es cuando se considera que la persona se encuentra ya en terreno de la anormalidad.

Una vez establecido lo anterior podemos explicarnos un par de cosas,  primero, aceptar nuestra propia individualidad e irrepetibilidad, no hay dos seres humanos exactamente iguales  y segundo, darnos cuenta que aún en nuestras diferencias  existen grupos, pequeños, medianos o numerosos, que comparten  ideas, opiniones, y aficiones muy parecidas, al grado que se agrupan en clubes de algo, sociedades, partidos políticos, redes sociales (Facebook, WhatsApp y la ahora políticamente reactivada Twitter) más un largo etc. Lo hacen simplemente por que comparten un perfil psicológico muy parecido, les  gustan y les desagradan las mismas cosas. Así de fácil.

Investigando el tema podemos darnos cuenta también, que existe un determinado tipo de personalidad que muestra gran  inclinación a la violencia, a la agresión, a los espectáculos sangrientos, que les complace  observar el sufrimiento de un ser vivo y lo que es peor, divertirse y alegrarse cuando mayor es el grado de violencia y sufrimiento que se provoca. Dentro de estos espectáculos tenemos algunos malamente disfrazados de «arte», como las corridas de toros y las peleas de gallos, espectáculos que apuntan directamente a la parte más primitiva y animal del cerebro humano, después de todo somos un simio evolucionado. Pero lo que rebasa toda justificación y cordura son las peleas de perros; esa afición ya cae definitivamente dentro de los  trastornos de la personalidad. El aficionado a este tipo peleas es, por el lado que se le vea, un paciente psiquiátrico.

Vale la pena detenerse a pensar un poco,  ¿Qué tan cerca estamos del gorila cada uno de nosotros? Esto aplica a fanáticos religiosos, fundamentalistas políticos, varios líderes de naciones (me vienen a la mente varios, uno de ellos vecino inmediato), a las hordas de violentos e intolerantes integrantes de corrientes políticas y sindicales y un interminable etcétera.

Dos libros nos ilustran muy bien esta situación,  “El mono desnudo”  del zoólogo y etólogo  Desmond Morris y “Los hijos de Sánchez”  del historiador y antropólogo Oscar Lewis. Recomendables.

Es cuánto.

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