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La Pandemia (Por: Juan Benito Coquet Ramos)

Se esparce un rumor por China que luego es noticia: un virus nuevo amenaza al mundo entero

Ciudad de México, 18 de junio de 2020.- Se esparce un rumor por China

que luego es noticia: un virus nuevo

amenaza al mundo entero. Mueren

muchos chinos en una ciudad industrial.

El origen, parece que comieron carne

de murciélago, pero el virus parece

más bien una corona, y así se le bautiza.

Las noticias vuelan en semanas;

Luego llega a Europa la fatal corona

virulenta. Mueren muchas almas en Italia, España y el

Reino Unido.

Ahogos y sofocaciones acaban con personas

adultas y vulnerables por enfermedades previas.

La OMS reacciona tarde y difunde el peor escenario:

Se extinguirá el dos por ciento de la población mundial.

Suenan alertas y campanas en todo el planeta.

A México llega el virus por unos viajeros

que llegan de los Estados Unidos en vuelo privado.

Comienzan a fluir las recomendaciones: lavarse las

manos y frotárselas bien por veinte segundos y no

estar en grupos numerosos de personas, mantener

una sana distancia:

después se convertirá en una suerte de mantra.

Pero desde el poder nos dicen que no hay problema,

que saliéramos a las calles con las precauciones debidas.

El señor del Palacio decía que él era inmune y sacó sus

estampitas para mostrarnos no se si su estupidez o su 

religiosidad.

Pero los mexicanos, tan acostumbrados a los desastres

y en un ánimo mezcla de temor y solidaridad nos

encerramos en casa y no salimos. 

Los negocios empezaron a cerrar también, y luego 

se prohibieron cines, teatros y antros. 

Solamente supermercados y tiendas de autoservicio 

para no parar la vida entera.

La cuarentena empezó antes de tiempo. 

No imaginábamos los que iba a durar esta

tragedia, las numerosas vidas que iba a cobrar, 

los mitos que iba a incubar y la violencia y división

que iba a provocar.

No sabíamos que nuestras vidas iban a cambiar

radicalmente.

El mundo ya no era igual al del día anterior. 

Ya no podíamos tocar y abrazar a familiares, 

amigos y pareja fuera de nuestro aislamiento.

Muy pronto empezaron as elevarse las cifras de contagio y

a morir personas de todas las edades, con diferentes síntomas

y padecimientos. 

Muchos caían fulminados de repente con sus 

órganos paralizados, otros internados con necesidad de 

respiradores que no tenían los hospitales públicos.

De repente las calles se vaciaron de personas y vehículos 

automotores, los cielos se limpiaron de contaminación.

Los animales de todo tipo salieron a los parques y banquetas.

Es como se la naturaleza hubiera dado un gran respiro. El virus fue una advertencia, de eso na cabe duda

Mientras, nosotros, los desconcertados humanos, 

nos ahogábamos de angustia e incertidumbre, 

intuyendo que nada iba a ser como antes.

Algunos en el gobierno empezaron a decir que el coronavirus

no afectaba a la gente pobre sino solamente a los ricos, en esos

afanes ridículos de los populistas y predicadores.

La sociedad se dividió en dos bandos: en fifís y chairos; en los

que creían en la letalidad del virus y los que no. 

Un empresario de la comunicación exigía terminar con la cuarentena para salvar la economía y, sobre todo, sus empresas de ventas y empeños.

Las cifras oficiales cambiaban de un día para otro: cada vez morían 

más mexicanas y mexicanos, pese a las advertencias del rock star.

Y no se entregaban los cuerpos inánimes a los deudos, y ya no hubo velorios, ni misas, ni entierros para los difuntos.

Y la vida de muchos de nosotros empezó a ser monástica y virtual.

A lavar platos y limpiar la casa, a comer menos y más sano, a pensar

en todos nuestros aciertos y errores en la existencia. 

Los conciertos de volvieron virtuales y el amor oculto y furtivo en

los pensamientos y los deseos profundos

Dos meses de cuarentena pusieron de manifiesto el efecto devastador

de la pandemia; 

cientos de miles de personas sin trabajo ni opciones para salir adelante, quiebra de cadenas y tiendas, 

hospitales saturados y sin el equipamiento para atender a los contagiados con síntomas graves. 

Los más maltratados y heroicos: 

los médicos, enfermeras y personal sanitario que enfrentaron su responsabilidad sin el equipo necesario para hacer su trabajo en condiciones de seguridad para sus propias personas. 

Muchos murieron en cumplimiento de su deber.

Muchos fueron vejados y agredidos por los familiares de los

enfermos. Seguramente ciegos por su desesperación y dolor.

Pero más lastimados aún, por la indolencia del gobierno y el agravio

de traer médicos cubanos para espiar y no para atender y curar enfermos.

Como siempre no había el dinero para mantener

la buena operación de los hospitales públicos, 

Se quitaron todos los demás padecimientos; se abandonó a los niños con cáncer, no había medicinas para su tratamiento.

Compraron equipo chino de mala calidad para los castigados médicos

y enfermeras. 

Pero eso sí la pandemia le venía como “anillo al dedo” al presidente

para su transformación de 3 proyectos no de 4, que nadie pidió.

Y de repente, se cayó el precio del petróleo a nivel mundial.

Fue la baja de la demanda y la especulación de los países árabes y los rusos. 

Y esto no pareció ser resultado exclusivo de la pandemia, sino una

necesidad vital para detener la extracción de combustibles fósiles

y evitar que su quema, siguiera llenando de calor la atmósfera.

Porque con el cambio climático la vida humana empezará a extinguirse en menos de 30 años, si no actuamos ya.

Las cifras oficiales de contagiados y fallecidos no ha sido creíbles

durante todo este proceso. 

La curva se ha aplanado varias veces sin resultados para la contención.

Si algo ha hemos experimentado en esta pandemia, 

además de la sensación apocalíptica de una normalidad 

que nunca va a regresar,

es una sensación de malestar ante la falta de sensibilidad y respuesta de un gobierno que se decía del pueblo. 

Al punto que hoy, cuando todavía está en un pico alto la posibilidad de contagio, 

se nos invita a salir a la calle a disfrutar de nuestra libertad, a

pensar en cuestiones espirituales y hacernos responsables de nuestra

propia salud. 

¿Para qué entonces tanto cuento? ¿Sería para evitar tantas marchas y protestas por el mal gobierno o espacio para la impunidad en el manejo irresponsable de los recursos públicos?

¿O una oportunidad para que ciertos gobernadores pretendieran ejercer

una autoridad en sus cuarentenas represivas, la que no mostraron jamás en tiempos normales?

Pero ni la pandemia pudo establecer una tregua, en la protesta

colectiva que se potenció y expandió en las redes sociales.

Si ya no se puede uno manifestar físicamente en las calles, se hace

a través del automóvil en más de 200 ciudades en el país. 

Todos gritan al unísono, los que apoyan al régimen y los que lo critican. 

Estamos polarizados, heridos e indignados con tanto encierro y tantas mentiras.

Persiste una angustia en todos los hogares por la certeza de la vida

futura, donde no se le ve horizonte por ningún lado.

Y los que no estamos enfermos no por ello nuestra alma deja de arder

por dentro

¿Cuándo habrá una maldita vacuna? 

Aunque algunos digan que no se van a vacunar porque Bill Gates les va a meter un chip en el cuerpo para controlarlos.

Para eso no necesitan de un chip, si con las mentiras y los engaños basta para controlarnos y llevarnos por caminos no deseados.

Pero surgen preguntas vitales ¿cómo vamos a reiniciar nuestra vida en una economía destruida donde negocios y cadenas quiebran todos los días? Cuando hay millones de mexicanas y mexicanos sin empleo.

¿Cómo vamos a detener la violencia social, cuando la recesión apriete

los estómagos de tanta gente? 

¡Qué locura tan grande!

Y en los Estados Unidos la sociedad despertó con la violencia racial, de unos policías blancos que asfixiaron y asesinaron a un joven de color. 

No importó la impresionante cifra de más de 100 mil muertos en ese país, para que millones de mujeres, hombres, jóvenes y ancianos salieran a protestar en las principales ciudades de la Unión Americana. Fue de tal magnitud la movilización que se tuvo que declarara toque de queda en varias ciudades por las noches.

También se presentaron turbas dedicadas a la destrucción de infraestructura y el saqueo de comercios, producto de resentimientos acumulados y probablemente inspiradas en el discurso de odio del presidente Donald Trump.

Los Estados Unidos se encendieron de fervor ciudadano, pero también, polarizados como nosotros, brotaron el odio y la furia.

Y México los imitamos, con los anarquistas vándalos que salieron a las calles a destruir y pintarrajear infraestructura, a patear y tirar vallas frente a la embajada americana y echar cohetones y hacer pintas en zonas residenciales, sin que ninguna autoridad interviniera.

Y luego se tomó un viejo caso de un joven Giovanni asesinado en un municipio de Jalisco y comenzaron las protestas juveniles y los vandalismos en Guadalajara dirigidas contra el gobernador. 

Y todo pareció ser un ajuste de cuentas entre políticos de diferente cuño. Hasta dónde llegan a veces los juegos de poder en México.

Y muchos nos hemos pasado esta cuarentena llorando y rezando, maldiciendo y lamentando, curándonos las heridas y los arrepentimientos.

Y hoy, que supuestamente entramos a la nueva normalidad sólo

me vienen a la mente tres palabras: AMOR, SOLIDARIDAD Y RECONCILIACIÓN.

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