Editoriales

Democracia y religiones: las peligrosas interferencias políticas

Teresa Da Cunha es doctora en Derecho; con diversos posgrados en universidades de México, España y Francia; profesora investigadora de la UMSNH; miembro del Sistema Nacional de Investigadores; y coordinadora del Área de Ciencias Sociales en el CIJUS
Teresa Da Cunha es doctora en Derecho; con diversos posgrados en universidades de México, España y Francia; profesora investigadora de la UMSNH; miembro del Sistema Nacional de Investigadores; y coordinadora del Área de Ciencias Sociales en el CIJUS

Para sobrevivir en democracia con nuestras libertades individuales, no podemos claudicar en la defensa de la más estricta separación entre Estado y religión y no debemos dejar llegar a las posiciones de decisión política a aquellos que borran esa separación

Morelia, Michoacán, 21 de marzo de 2016.- Nos guste o no la religión tiene una función social porque el hombre es un todo y no podemos aislar su comportamiento espiritual de su comportamiento cívico.

No niego que, en un primer análisis, la religión o su ausencia, son opciones que emanan de la libertad individual, que están contenidas en la esfera de lo privado y reconocidas (protegidas) por la jurisprudencia del derecho fundamental a la libertad de consciencia.

Sin embargo, no podemos soslayar que las religiones hacen parte, también del terreno de lo público. O sea, la fe es, sin duda, un acto personalísimo, pero la pertenencia a un culto es un acto eminentemente social y que siempre tiene repercusiones sobre las opciones políticas y sobre el diseño de las grandes líneas de esas «placas continentales » conformadas por los «principios». Esto, porque los rituales de culto y la observancia en el cotidiano de los dogmas gen en ritmos, comportamientos que, o tienen una dimensión socio-política y/ o interfieren con la neutralidad del espacio público definido por la laicidad.

Por otra parte, las religiones tienen un elemento identitario estableciendo líneas de separación entre «nosotros» (definidos como integrantes de un mismo grupo -secta, iglesia, templo, «umma», etc- y el «otro»).

Tal se traduce, en los contextos, geopolíticos actuales por los choques civilizacionales protagonizados al interior de los grupos y sociedades en que el enfrentamiento interno (y su transvase al exterior) se delinea a lo largo de la frontera de las religiones.

Pero, no se trata solamente de un enfrentamiento identitario, visceralmente inscrito en lo más profundo del ADN de los grupos humanos. Es un choque entre política y religión que también es visible en los países con democracias avanzadas de corte liberal occidental.

Es bien verdad que, en estos últimos contextos, el conflicto no aparece con esa violencia que observamos en otras latitudes, pero están presentes.

Tal es el caso, por ejemplo de las «guerras culturales» entre liberales y conservadores, centrales en la actual campaña a Casa Blanca que colocan la división del voto entre los partidarios del aborto contra los adversarios del derecho de la mujer a decidir; entre los defensores del matrimonio igualitario y sus opositores, etc., etc.

Desde el nacimiento hasta la muerte, actos que revelan de la esfera de lo privado son hoy objeto de intervención del estado y de luchas entre facciones políticas, lo que los catapulta a la arena pública, diluyendo (lo mismo borrando) la separación constitucional entre lo privado y lo público y, como correlativo la fundamental separación entre el Estado y la Iglesia. Qué mejor ejemplo, de hecho ampliamente comentado por diversos analistas, que el de las «paradojas» de la reciente visita papal a México.

En consecuencia, resulta necesario (urgente) analizar los términos de la relación entre las religiones, la política y las democracias .Tanto más que me parece evidente que la mayor parte de los comentaristas políticos se quedan por estereotipos heredados del pasado reciente (turbulento) del laicismo de tradición francesa tan importante, no lo olvidemos, en las luchas políticas del México independiente a lo largo de los siglos XIX y XX.

Y, en el siglo que Malraux pronosticó que sería «el siglo de las religiones o no sería», no podemos soslayar el papel central de las interferencias entre democracia y religión (religiones) en el enfrentamiento ideológico entre derecha e izquierda en el siglo XXI.

Así, en los países con democracias avanzadas, el papel político de la religión es cada vez más difuso, sea por una creciente y masiva indiferencia de los individuos para con las religiones establecidas, sea porque constitucionalmente el paradigma de la separación entre Estado y Religión hace con que las interferencias entre lo político y lo religioso pueden resultar prejudiciales para los actores políticos. Tal es el caso en los países europeos, pero de nuevo Estados Unidos es una excepción. Excepción que tiene un peso enorme sobre las opciones del electorado y que justifica, ampliamente el debate sobre las relaciones (interferencias) entre la democracia y las religiones (véase el peso de los evangelistas en propulsar la carrera de los candidatos del Tea Party).

La laicidad de tradición francesa arriba referida no es, por lo tanto, ni la referencia histórica primera ni se traduce en una separación absoluta entre estado y religiones.

Sin embargo, fue solo a partir de la introducción del paradigma laico, que las democracias avanzadas y las instituciones republicanas se pudieron fortalecer. No solo, la constitucionalización del laicismo solucionó el problema de las religiones en el espacio público, sino también el de la convivencia pacífica entre los diversos credos. Así que, la actual erosión del principio de la laicidad por comportamientos se desdibujan las fronteras de la separación entre estado y religión son, particularmente preocupantes y, potencialmente fatales para nuestras libertades. Frente, por ejemplo, al renacimiento del poder político y militar del Islam, me parece urgente entender los mecanismos de las interferencias entre lo político y lo religioso para poder encontrar soluciones innovadoras y equilibrios,

Así que debemos pensar juntos la democracia y la religión e inventar un esquema, una solución que refleje su real relación, ya sea en armonía o en conflicto.

Esto, porque la democracia no es un régimen como otro cualquiera. En la defensa de la democracia occidental de corte liberal se juega el destino de la humanidad, en la medida en que las libertades individuales solo existen en ella y solo pueden implementarse políticamente, a través de ella.

Entendámonos. Con la democracia se abre el poder político, se articulan las libertades, mientras que en los regímenes no democráticos, los derechos fundamentales, de por su propia naturaleza, son atacados y, progresivamente eliminados.

Por ende, es solo al interior de las democracias que la condición humana se concreta y que el destino cultural y el libre desarrollo de la personalidad pueden ser una condición permanente. Así que, para sobrevivir con nuestras libertades individuales, no podemos claudicar en la defensa de la más estricta separación entre Estado y religión y no debemos dejar llegar a las posiciones de decisión política a aquellos que borran esa separación.

Este es el verdadero peligro para nuestro futuro inmediato y que mejor que el día en que celebramos a Juárez para colocar en el centro del debate la urgente necesidad de defender la república laica.

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