Editoriales

Desolación en la tierra sin ley / Mateo Calvillo Paz

El autor es el Presbítero Mateo Calvillo Paz, vocero episcopal y colaborador de diversos medios de comunicación locales, regionales e internacionales
El autor es el Presbítero Mateo Calvillo Paz, vocero episcopal y colaborador de diversos medios de comunicación locales, regionales e internacionales

Se terminó el imperio de la ley, del orden y la paz. El mundo está lleno de criminales que matan, protegidos por el poder.

Morelia, Michoacán, 21 de agosto de 2017.- Según lo que la gente comenta, en el Rancho de Ushápiti Pedro es un narco menudista, se droga y tiene una gavilla donde hay asesinos. Tienen asolado el rancho, roban hasta en las cocinas.

Todos cometen el crimen sin ningún freno moral, sin ninguna conciencia. Han perdido la sindéresis, no tienen lógica, se dejan llevar por sus ideas locas, sin sustento. Ellos hacen la moral, el derecho, la justicia. La ley son ellos.

La policía no ofrece ninguna seguridad porque los dejan hacer, aunque los vean, aunque la gente se los enseñe.

Ante los poderosos la autoridad judicial es otra, tiene doble moral, la justicia se hace chata, pierde el sentido común. Se preguntan si los grandes criminales como Javier Duarte, el exgobernador priista es criminal.

O arman mal la averiguación y los sueltan, no importa el crimen sino el expediente. La justicia no vale.

El panorama es como los pueblos en el Viejo Oeste, dominados por crimen. El dinero del crimen organizado hace y deshace a su antojo-. No vale nada el respeto de las personas ni sus pertenencias.

Ha desaparecido el bien de sobre la faz de la tierra. Han desaparecido los grandes valores universales, inmutables: el valor infinito de la vida, los bienes de las personas, la tranquilidad y el orden.

Arrebatan los bienes, los destrozan, los malbaratan y la riqueza se pierde, toda la sociedad pierde.

La gente vive triste, con descontento y desconfianza, siente la presencia de los criminales, no tiene manera de deshacerse de ellos, tienen que convivir. Los criminales se pasean por las calles tan campantes, tan cínicos.

Hay desconfianza hacia las autoridades, una indignación que se incuba en los pechos. Como las autoridades niegan la realidad terrible y pintan un reino de iniquidad y mentira, así los pobres no dicen su indignación honda y callada hacia las autoridades y hacia los forajidos.

La presencia de los criminales se huele, irradia maldad, crea una atmósfera enrarecida de perversidad.

Se ha perdido la paz en los ranchos, en las colonias de las ciudades porque el crimen se infiltra dondequiera. La policía lo sabe, por alguna razón se hace ‘de la vista gorda’.

Se ha perdido la convivencia armoniosa, limpia, el ambiente de seguridad, la paz de las familias, el juego alegre de los niños en calles y jardines.

Se extraña la circulación libre por calles y caminos, la seguridad, la vida libre de temores.

Los pueblos están asolados por la violencia, la sangre derramada, el luto, el dolor, la sombra amenazante de los malvados.

Todo adquiere tonos fatídicos por el desamparo en que se hallan los pobres por la falta de servidores públicos que apliquen la ley, el sentimiento de impotencia y la sombra de la muerte que se cierne sobre el campo y la ciudad.

No recuerdo un tiempo de tan grave decadencia social y moral en la historia de México, de tal desastre por el abandono de los principios y valores universales, inmutables. Vivimos en un estado fallido.

Pero la descomposición no está sólo en la sociedad, está en el corazón del hombre, que pierde la conciencia moral. El individuo se rige por capricho, rige la ley del más fuerte. Es la arbitrariedad.

En el inconsciente colectivo se percibe un desconcierto total, desesperanza, no se espera nada bueno.

Estas situaciones son recurrentes en la historia de los pueblos. Hay momentos así en la historia de Israel, Zacarías  lamenta que “es la iniquidad en todo el país”. La explicación se encuentra en el Qohelet: “la iniquidad está sentada en la silla de la autoridad en lugar del derecho”.

Las consecuencias son muy tristes, trágicas. El salario del crimen es la muerte. En los noticieros fatales, cuántas veces irrespetuosos, se da cuenta diariamente de muchos asesinatos. Se cumple la afirmación de Job: “los que cultivan la iniquidad la cosechan”.

La Sabiduría nos enseña a entender nuestra triste situación: “la iniquidad hará de toda la tierra un desierto”, de la convivencia social una jungla de fieras sanguinarias, o un campo de muerte.

Ay de aquél que funda sobre la iniquidad una ciudad”, exclama Habacuc. O funda un imperio, una fortuna, o la felicidad, se puede añadir.

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