Editoriales

Día de Muertos / Teodoro Barajas Rodríguez

El autor es maestro en Gobierno y Asuntos Públicos, así como candidato a Doctor en Ciencias Políticas
El autor es maestro en Gobierno y Asuntos Públicos, así como candidato a Doctor en Ciencias Políticas

Las tradiciones como sello cultural reiteran una vez más su vigencia, articulan sentimientos populares, reflejan signos cosmogónicos que evocan identidad y pertenencia. El drama y la risa cabalgan, compañeros de viaje.

Morelia, Michoacán, 25 de octubre de 2015.- Algunas tradiciones mexicanas gozan de cabal salud en el siglo XXI, otras registran disfunciones; las influencias foráneas han causado mella pero no han arruinado el sentir originario que suele pintarse de colores.

Los nutrientes de la cultura, en muchos casos, se agrupan en las tradiciones y costumbres que son para los pueblos el sudario de la identidad, el sustrato. Nuestro país es diverso en tanto resguarda e impulsa una rica historia en manifestaciones culturales que son sello distintivo de la mexicanidad, entendida ésta como una mezcla de colores y sentires.

El culto a la vida es también el culto a la muerte escribió Octavio Paz, la cosmogonía de Mesoamérica en relación con ese trance fue enriquecedora, posteriormente se fusiona, se mezcla con el simbolismo católico para articular rituales que hoy día los vemos y valoramos.

Para los purépechas, la muerte no es más que una prolongación de la vida, el paso natural e inexorable, no se concebía como ahora lo hacemos.

El universo purépecha estaba formado por tres lugares: el cielo –auándaro-, la tierra –echerendo-, y el mundo de los muertos –uarichao-.

Al instalar los altares se perciben los cuatro elementos antiguos del hombre, la tierra que se representa mediante las frutas de ofrendas, el agua a través de las bebidas que el difunto acostumbraba en vida, el fuego a través de las veladoras, el papel picado al aire, principalmente estos símbolos se destacan en la Meseta Purépecha, varía con relación a la zona Lacustre.

Para los mexicanos la muerte es entendida de maneras diversas, será porque el drama y lo lúdico se juntan o tal vez por nuestra abigarrada cultura, la raza cósmica fusionada de rasgos distintos que al amalgamarse son el cemento unitivo.

Nuevamente me remito a Octavio Paz quien escribió: Para  el habitante de Nueva York, París o Londres, la muerte es palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente. Cierto, en su actitud hay quizá tanto miedo como en la de los otros; mas al menos no se esconde ni la esconde; la contempla cara a cara con paciencia, desdén o ironía.

Eso dijo Paz, somos un pueblo sui generis que aún mantiene vigente su resplandor, la historia y homenaje a los ancestros, ello pese a la oleada de componentes tan ajenos producto de la globalización de los mercados.

Sin embargo, también ocurre que a la par que se realizan las actividades culturales de Día de Muertos se suceden las manifestaciones del Halloween, costumbre de origen céltico distante de nuestras raíces históricas.

Son estampas diferentes, lo nuestro es rico, abundante y no requerimos de otras influencias, el Hallowen se vincula a la violencia, Hollywood así lo ha marcado a través de múltiples películas que impregnan huellas de sangre.

Las tradiciones como sello cultural reiteran una vez más su vigencia, articulan sentimientos populares, reflejan signos cosmogónicos que evocan identidad y pertenencia. El drama y la risa cabalgan, compañeros de viaje.

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