Editoriales

Diálogo: La reconstrucción de la paz

El autor es el Presbítero Mateo Calvillo Paz, vocero episcopal y colaborador de diversos medios de comunicación locales, regionales e internacionales
El autor es el Presbítero Mateo Calvillo Paz, vocero episcopal y colaborador de diversos medios de comunicación locales, regionales e internacionales

No podemos esperar sentados que el gobierno nos de la paz. La Nación debe construirla decidiéndose a actuar y poniéndose a trabajar.

Morelia, Michoacán, 16 de marzo de 2018.- México es uno de los países más ricos del mundo. Su primera riqueza son las personas que muestran una inteligencia rápida, abnegación en el trabajo y mucho corazón.

Tristemente, México es uno de los países más atrasados y corruptos del planeta. Creo que no México sino su gobierno. Las estadísticas mundiales lo señalan.

Los discursos de los líderes quieren un país de gente pasiva, inútil, infantilizada y la halaguen prometiéndoles un mundo de fantasía. Los enseñan a esperar todo peladito y en la boca.

Lo que México necesita con urgencia es que los poderosos crean en el potencial inmenso de los mexicanos, que los tomen en cuenta, que los movilicen, que los lancen a la gesta de la construcción de la patria en la paz, que los inviten a trabajar y vayan con ellos.

Una anécdota nos ayuda a comprender mejor la tarea inaplazable de México.

En un pueblecito del valle, en el mes de diciembre cuando todo está seco y el rastrojo está a punto para el fuego, alguien lanza la chispa, prende fuego y arde el rancho y la simientes de maíz. La gente no hace nada, dejo que el incendio crezca esperando que el gobierno acuda a apagar el fuego. El incendio crece y crece, los servidores públicos anuncian que todo está bajo control y que ellos apagarán el fuego. Los habitantes esperan sentados. El fuego consume las casas y mueren las personas, los gobernantes no se inmutan. En una visión apocalíptica todo consume el fuego también la población.

Iniciamos una serie de reflexiones para devolver al ciudadano y a la sociedad su papel único, no sólo protagónico, en la lucha contra la corrupción y la miseria.

La gente necesita un llamado al esfuerzo de la iniciativa y el trabajo hasta el heroísmo, hasta sacrificar bienes por la patria, hasta dar la vida.

Cuando un pueblo espera pasivamente todo del gobierno, no crece ni progresa, se queda en una inmovilidad de muerte.

El cambio es coperniciano, de 180 grados. Necesitamos liberarnos de los líderes populistas que traen palabras bonitas, promesas fantasiosas para halagar los oídos de la gente.

Hay que desenmascarar su mensaje: para decir “yo” dicen México. Hay que descubrir y desplegar ante el mundo sus verdaderas intenciones: su bien supremo es el poder del que derivan tantas conveniencias y privilegios para ellos y sus grupos. En este sentido, son la esperanza de México.

Hay que hacer oídos sordos s tanta publicidad pagada, pura retórica hueca, al martilleo de mensajes repetitivos, innecesarios, que nos cuestan tanto.

Debemos ser un público exigente, crítico, que exige seriedad y calidad en los mensajes, que no se traga cuanta baratija le proponen.

En un régimen de democracia, cada ciudadano es responsable de la nación, debe asumir el poder. Los gobernantes son ministros, servidores públicos, no jeques árabes que mandan y hacen fortunas fantásticas.

Los líderes deben renunciar al poder y ponerlo en el pueblo, hay que empoderar a las multitudes de pobres y humildes.

Hay que volverse al pueblo con sabiduría y amor para ayudarlo a despertar a su responsabilidad y al esfuerzo para construir   su futuro y buscar el bien común es decir no de la elite sino de las multitudes, de los últimos de los mexicanos, los miserables, los marginados, los indígenas.

Hay que agacharse hasta donde ellos están, descubrir que existen (¡!), Mirarlos a los ojos y descubrir su grandeza única, sorprendente, maravillosa.

Hay que invertir en ellos todos los recursos todo el tiempo aunque esperen las autopistas, la macroeconomía, el acceso al primer mundo de la casta privilegiada.

Hay que ponerlos de pie, sanar los traumas, rehabilitarlos. Hay que ayudarlos a redescubrir su grandeza y su potencial para vencer la clase de corruptos y malvados, para salir de la crisis.

Por la educación, hay que acompañarnos en su proceso de convertirse en persona, como diría Karl Rogers, hacer los grandes trabajadores, visionarios y devolverles el control de su propio destino. Si no necesitan gobernantes, mejor.

México, antes que líderes buenos, necesita un pueblo maduro, trabajador, esforzado visionario para alcanzar el bien que lo hace feliz y le permite alcanzar su destino eterno.

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