Editoriales

Don Alejo, un ejemplo / Alejandro Vázquez Cárdenas

El autor de este artículo es el reconocido Doctor Alejandro Vázquez Cárdenas
El autor de este artículo es el reconocido Doctor Alejandro Vázquez Cárdenas

 

A partir del 24 de febrero  se exhibe en México  el largometraje independiente “El ocaso del cazador” protagonizada por el ya veterano Hugo Stiglitz y con la última actuación del recientemente desaparecido Mario Almada; esta película relata la hazaña del Don Alejo, un hombre, con mayúsculas, que murió defendiendo su propiedad y su dignidad del crimen organizado

Morelia, Michoacán, 21 de febrero de 2017.- A partir del 24 de febrero  se exhibe en México  el largometraje independiente “El ocaso del cazador” protagonizada por el ya veterano Hugo Stiglitz y con la última actuación del recientemente desaparecido Mario Almada.

Esta película relata la hazaña del Don Alejo, un hombre, con mayúsculas, que murió defendiendo su propiedad y su dignidad del crimen organizado.

Recordemos los hechos pues se trata de una acción que debería servir de ejemplo a todos nosotros.

Tamaulipas, es, si hacemos caso de las  estadísticas, el Estado más violento y peligroso de toda la República.  Y fue precisamente en Tamaulipas donde el domingo 14 de noviembre del 2010, en la  ranchería  San José,  a unos 15 kilómetros de Cd. Victoria donde ocurrieron los hechos  que se relatan.

¿Qué paso ese 14 de noviembre?  El protagonista, Don Alejo Garza Tamez, ranchero de 77  años, el sábado 13, en su rancho, recibió la visita de un grupo de hombres armados, a todas luces  integrantes del crimen organizado, mismos que le dieron un ultimátum:  Tenía 24 horas para entregarles el predio o se atendría a las consecuencias. Con la calma de sus 77 años don Alejo les dijo que no les entregaría su propiedad y que ahí estaría esperándolos.

Después de que se retiraran los delincuentes, reunió a sus trabajadores y les pidió que al día siguiente no se presentaran a trabajar, él quería que lo dejaran solo. Acto seguido se dedicó a hacer un recuento de sus armas y municiones y a preparar la defensa de su casa

Llegó la noche y Don Alejo se dispuso a esperar.  Poco después de las 4 de la mañana se escucharon los motores de varias camionetas. Llegaron aproximadamente 30 hombres armados con rifles de asalto,  entraron al rancho y se apostaron frente a la finca. Lanzaron una ráfaga al aire y gritaron que venían a tomar posesión del rancho. Acostumbrados a imponer su ley por la fuerza lógicamente esperaban que la gente saliera aterrorizada y con las manos en alto. Pero no ocurrió así,  Don Alejo los recibió a balazos y con buena puntería;  pronto un ejército entero disparaba contra la vivienda principal de la finca. Cayeron varios forajidos y los demás, enojados y  frustrados, arreciaron el ataque. De las armas largas, los sicarios pasaron a las granadas. Solo así pudieron silenciar a solitario defensor del rancho.

Horas después, cuando los elementos de la Marina de México llegaron al rancho, se encontraron con  un escenario impactante, la casona principal casi destrozada por los impactos de bala y explosiones de granadas y  en la parte exterior de la finca cuatro asaltantes muertos, más otros dos gravemente heridos  e inconscientes. En el interior de la casa había un solo cuerpo, el de Don Alejo  con dos armas a su lado y prácticamente cosido a tiros.

Decenas de cartuchos percutidos y un intenso  olor a pólvora evidenciaban el valor de quien peleó, hasta el final de su vida, en defensa de su propiedad.

Este hecho  dio origen  a una gran cantidad de comentarios, tanto de editorialistas y columnistas.  En la casi totalidad de las opiniones se  resalta y se reconoce  tanto el valor como la determinación de  Don  Alejo para enfrentar la máxima amenaza que puede recibir un humano, perder la vida. Imposible que no supiera el desenlace fatal que le esperaba; un anciano solo frente a docenas de sicarios con armas de asalto. ¿Que lo impulsó a tomar esta determinación? Primero, una justificada  desconfianza en la voluntad y capacidad  de autoridades encargadas de velar por la seguridad de los ciudadanos;  se sabía sin el apoyo de las autoridades, esas que cuando les avisan que el problema está en un lado corren hacia el otro.

Don Alejo, obviamente, conocía su entorno y  su gente. Y supo muy bien que en este desgraciado México  no  existe esperanza alguna de auxilio para las personas de bien, para el ciudadano común. Decidió entonces, en contra de la fría lógica y dando mayor peso a su dignidad, defenderse solo y pelear como hombre, solo, hasta el final. Peleó en defensa de su honor y su trabajo.

Hacen falta muchos Alejos.

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