Editoriales

El Che, la persistencia de un mito (Por: Alejandro Vázquez Cárdenas)

Llegó octubre, y con él un aniversario más de un mito que a los candorosos y no muy informados jóvenes los ilusiona y los llena de “fervor revolucionario”

Morelia, Michoacán, 15 de octubre de 2019.- Llegó octubre, y con él un aniversario más de un mito que a los candorosos y no muy informados jóvenes los ilusiona y los llena de “fervor revolucionario”; en cambio a los viejos, esos que deberían saber la realidad, les causa cierta pena ya que les hace recordar que en determinada época de su vida comulgaron con verdaderas ruedas de molino.

Me refiero al mito del Che Guevara, individuo que a 52 años de su muerte sigue siendo una fuente que a determinados estratos socioculturales les proyecta fantasmas emblemáticos. La mayor paradoja de la vigencia de un entusiasmo tan persistente, es que se trata de un personaje que en su corta vida pública, apenas diez años, acumuló más fracasos que triunfos. La otra cara de la paradoja , que ha estas alturas es innegable, es que si hubiese logrado realizar su proyecto, hubiera generado uno de los regímenes totalitarios más intolerantes del planeta.

Analizando el caso, parece ser que lo que despierta la acrítica admiración de sus fanáticos es su condición de perdedor. Perdió ante los economistas en su intento de imponer un sistema de producción destinado al surgimiento del “hombre nuevo”; ocasionando de paso el desastre económico cubano. En lo político, su lucha para el surgimiento de una sociedad ideal, se estrelló contra la realidad que imponen las normas culturales, producto de siglos de historia. Y por último, en lo militar, fue un mediocre, el desenlace en el Congo, y el fracaso en Bolivia lo demuestran.

La otra paradoja es la desproporción existente entre la admiración que se le profesa en amplios sectores de jóvenes resentidos y marginados y el dogmatismo ideológico del Che. Estos resentidos ignoran o desean ignorar que el actuar político de Ernesto Guevara se apoyaba en un dogmatismo inflexible que de haberse convertido en poder, hubiesen sido ellos sus primeras víctimas. No se debe olvidar que el primer campo de trabajo de reeducación que se abrió después de la revolución, destinados a aquellos que faltasen a la moral revolucionaria, fue iniciativa del Che. Su personalidad intransigente lo acercaba más al estilo de un Savonarola que al de un libertador .

No son pues ni los triunfos ni su idea de sociedad lo que mantiene la vigencia de esa figura. Es más bien la orfandad ideológica del mundo de hoy, donde manda y rige la voracidad económica y la corrupción, la que conduce al culto a ese hombre que marcó una época por haber sido consecuente hasta la muerte con sus ideas. Ante la carencia actual de figuras en donde apoyar la necesidad de los hombres de contar con un guía con quien identificarse o un redentor que les marque un camino, la figura del Che Guevara aparece como un faro, una especie de reserva afectiva.

En sus comienzos dudó entre ser médico, escritor, o un hombre de acción; optó por esto último. Se adjudicó el papel de redentor y héroe y, como es propio al oficio de héroe, arrogándose el derecho de matar en aras de la salvación de otros hombres.

El Che disfrutaba participar en los combates y no dudaba en practicar el asesinato ritual; es una de las facetas de su personalidad que precisamente ponen de manifiesto las diferentes biografías, “Cuando tenía en la mira del fusil a un soldado, disparaba sin remordimiento porque sabía que así estaba contribuyendo a luchar contra la represión”, dicen a manera de explicación de esa tendencia que nunca disimuló porque, sencillamente, era incapaz de disimulo. Por cierto, no era raro que ejecutara el mismo a los prisioneros.

Ernesto Guevara era un individuo audaz, disciplinado e inteligente pero sin la creatividad de un verdadero conductor como Castro. A esto se suma un carácter despótico y una total intolerancia hacia sus adversarios ideológicos. No tenía, su fracaso en el Congo lo indica, y el desastre en Bolivia lo confirma, capacidad para el primer mando, fue un excelente teniente, pero nunca un capitán

Lo más irónico del asunto es que el Che Guevara, que tanto luchó para destruir el capitalismo, se ha convertido ahora en una marca capitalista. Su imagen adorna desde jarros de café, encendedores Zippo, llaveros, gorras, sombreros, pañuelos, bolsos, y, por supuesto camisetas con la foto, tomada por Alberto Korda, y que es el logo del revolucionario «in».

Claro que si alguien no le agrada la realidad, no hay ningún problema; puede leer la almibarada y fantasiosa historiografía oficial cubana, los cuentos de Rius y documentarse en La Jornada. En ese universo de fantasía será feliz.

Alejandro Vázquez Cárdenas

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