“El Infierno de Graco” / Teresa Da Cunha Lopes
En Morelos hay «fosas institucionales». Depósitos en que autoridades hicieron inhumaciones ilegales , en fosas no marcadas de centenas de víctimas de la violencia que no fueron identificadas ni entregadas a sus deudos, porque la prioridad es simular, esconder, no gastar en recursos humanos y técnicos
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Morelia, Michoacán, 18 de agosto de 2016.- La Tierra está llena de sangre y los muertos son la cosecha macabra de los campos de México. En vida los levantaron, los secuestraron, probablemente los torturaron y después los ultimaron. Son los desaparecidos, las víctimas anónimas para todos, menos para sus familias de esta guerra (que no es guerra) que se instaló desde el 2006 entre nosotros.
Los olvidados, los invisibles. Aquellos cuya ausencia es marcada por la sal de las lágrimas de México. Hasta en la muerte les han negado su dignidad. Hasta en la muerte les han negado el derecho a ser despedidos y honrados por sus familias como es la tradición humana desde hace más de 100 mil años, desde la era Paleolítica hay Estados que se transformaron en enormes cementerios clandestinos, llenos de fosas que sirven al crimen organizado para hacer desaparecer a sus víctimas.
Pero, en Morelos, hay otras fosas. Las podríamos llamar, en un ejercicio de humor negro a la Guillermo del Toro, de «fosas institucionales». Depósitos en que autoridades hicieron inhumaciones ilegales , en fosas no marcadas de centenas de víctimas de la violencia que no fueron identificadas ni entregadas a sus deudos porque la prioridad es simular, esconder, no gastar en recursos humanos y técnicos.
Atender el dolor de las familias de los desaparecidos pasa a segundo término.
El respeto por el más profundo elemento identitario de las tradiciones de las sociedades humanas no existe. El cumplimiento de los preceptos jurídicos que nos rigen bajo las reglas constitucionales que obligan todas las autoridades al respeto integral de los derechos fundamentales de los individuos es pisoteado con el cinismo de los impunes.
Y, cuando las familias y las organizaciones se unen, en campañas de días y meses, en años de esfuerzos, para centímetro a centímetro, pista a pista, ir mapeando las tumbas colectivas, sacar de las entrañas de la tierra, los restos amontonados, calcinados, quebrados, casi no identificables, de las millares de víctimas de la crisis de inseguridad… entonces, esas familias y organizaciones son perseguidas con «todo el peso de la ley» por violación de «sepultura».
Es inmoral, es violatorio de las reglas mínimas de lo que se espera de un estado democrático, es un Infierno que Dante no hubiera podido imaginar. Es el infierno de Graco.