Editoriales

En el corredor de la muerte / Yadhira Y. Tamayo Herrera

Tamayo Herrera es abogada con maestrías en administración pública y políticas públicas (ITESM), ingeniería en Imagen Pública (CCIP); actualmente cursa el Doctorado en Derecho en la Universidad Panamericana
Tamayo Herrera es abogada con maestrías en administración pública y políticas públicas (ITESM), ingeniería en Imagen Pública (CCIP); actualmente cursa el Doctorado en Derecho en la Universidad Panamericana

El sistema de justicia de Estados Unidos funciona también como un gran teatro donde exhiben públicamente a los que algún representante del Estado etiquetó como “malos” para desmotivar a otros que se porten mal, para inhibir a que otros quieran quebrantar las reglas para beneficio propio

México, D.F., 24 de enero de 2014.- “Los canijos Gringos me tienen cautivo
siendo inocente.
Sin tener delito a mi me aplicaron
la pena de muerte.

Todo el mundo sabe que a veces exceden
su infame injusticia,
y a su paso matan a gente inocente
hay muchos racistas…”

Así comienza la letra de la canción “Inyección letal” que le dedicaron los Tigres del Norte al morelense hoy lamentablemente ejecutado Edgar Tamayo Arias en Texas, Estados Unidos. Fue declarado muerto a las 21:32 del miércoles pasado, exactamente 17 minutos después de habérsele aplicado la inyección letal. Tamayo Arias fue sentenciado por asesinar al policía Guy P. Gaddis en 1994.

La famosa “inyección letal” pretendió ser una vía más humanitaria de aplicar la pena de muerte, sustituyendo a la silla eléctrica y la cámara de gases. Funciona con sustancias que puede usar un anestesiólogo cuando nos prepara para entrar a quirófano, pero las cantidades son tales, que tiene consecuencias funestas. Son tres sustancias –me evitaré los nombres- que se aplican una inmediatamente después de otra, la primera produce una anestesia general que hace perder el conocimiento, la segunda es un paralizante que detiene el diafragma y la respiración, y la tercera produce un paro cardiaco. Hoy todavía se debate en Estados Unidos si realmente esta es una muerte sin dolor o si hay sufrimiento. Espeluznante. No le veo lo humanitario por ningún lado.

Había esperanzas de que no ejecutaran a Edgar Tamayo Arias alegando el derecho que tenía el morelense a tener asistencia consular mexicana. Hay un acuerdo internacional que garantiza que cualquier persona que sea detenida fuera de su país, debe ser asistido en su idioma natal y por su Consulado. Y así como la francesa Florence Cassez salió libre del sistema de justicia penal mexicano –entre otras cosas- porque no se le respetó su derecho de asistencia consular, lo mismo se esperaba para Edgar. También había esperanzas en que el gobernador de Texas, Rick Perry, enviara un indulto de último momento.

Se llama “corredor o pasillo de la muerte” a la sección de la cárcel donde se encuentran los presos condenados a pena de muerte. También se le llama así a los largos tiempos que pasan los sentenciados esperando su ejecución, entre apelaciones altamente costosas y que implican largos periodos de tiempo caracterizados por el aislamiento y la incertidumbre. En Estados Unidos se estima que la cuarta parte de los presos que están en este “corredor de la muerte” mueren de causas naturales, es decir, no alcanzan a llegar a su ejecución capital.

Y del otro lado, es sensiblemente comprensible el dolor de las víctimas que fueron violadas, secuestradas, asesinadas, el dolor de sus familiares. El sistema de justicia también funciona como un gran teatro donde exhiben públicamente a los que algún representante del Estado etiquetó como “malos” para desmotivar a otros que se porten mal, para inhibir a que otros quieran quebrantar las reglas para beneficio propio. Un sistema de control social, más que de justicia, de darle exactamente a cada quien lo que merece. Estas historias nunca terminan bien. ¿Las víctimas vuelven a ser quienes eran antes de la comisión del delito, les devuelven la vida, la inocencia, la alegría de vivir? ¿Los delincuentes aprenden la lección y se transforman en personas de bien? No. La mamá del policía que supuestamente asesinó Edgar y quien fue a presenciar la muerte de Tamayo Arias dijo “una parte de mi corazón se siente tranquila”. Solo una parte de su corazón, porque en el fondo desearía que nada de eso hubiera pasado.

Yo no sé si Edgar Tamayo Arias era culpable o no, y si merecía todo lo que le tocó vivir. Sea como sea, fue un ser humano con mucho sufrimiento, al igual que esa madre, y los familiares del policía Guy P. Gaddis. Estas historias nunca terminan bien.

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