Editoriales

«Estados en crisis, presupuestos y Universidades públicas»

Teresa Da Cunha es doctora en Derecho; con diversos posgrados en universidades de México, España y Francia; profesora investigadora de la UMSNH; miembro del Sistema Nacional de Investigadores; y coordinadora del Área de Ciencias Sociales en el CIJUS
Teresa Da Cunha es doctora en Derecho; con diversos posgrados en universidades de México, España y Francia; profesora investigadora de la UMSNH; miembro del Sistema Nacional de Investigadores; y coordinadora del Área de Ciencias Sociales en el CIJUS

Puede ser que los estados tengan que lidiar con la crisis de su deuda, pero eso no es motivo para abandonar a las universidades públicas que, tal como la UMSNH han abierto el camino de la excelencia educativa en condiciones dolorosas, hasta posicionarse el ranking de las mejores universidades públicas del país

Morelia, Michoacán, 08 de diciembre de 2014.- “La educación es una mejor salvaguarda para la libertad que cualquier ejército armado.” Edward Everett

Si hubiese que explicar el éxito económico de los países a nivel mundial y su posicionamiento en el índice de desarrollo del PNUD con una palabra, esa palabra sería educación. Si hubiese que explicar los altos índices de marginación, de inseguridad y el estancamiento económico de nuestro estado, esa palabra sería educación. Pero, en el siglo XXI, este no es solamente un problema de educación básica, es, en grande medida un problema de educación superior y de educación profesionalizante.

En el siglo XIX, Francia, Inglaterra, Alemania y EE UU iban por delante en educación básica universal. Luego, a medida que otros países seguían el ejemplo, la revolución de la educación secundaria de principios del siglo XX nos llevó a otro nivel completamente nuevo y vimos como el Japón saltó al grupo de vanguardia. Y en los años posteriores a la II Guerra Mundial, los países de Europa occidental y las dos grandes potencias de la Guerra Fría – EE.UU y la antigua Unión Soviética- afianzaron su posición destacada en la educación superior. Después de la década de los sesenta, los tigres asiáticos ( en particular Corea del Sur, Singapur, Japón y China ) masifican su sistema educativo y alcanzan niveles de egresados de la Educación Superior, más altos o iguales a los de Europa occidental.

El desarrollo de la educación significó, primordialmente, el desarrollo de la educación pública; y durante los últimos 30 años, en la escena política mundial ha estado dominada por la opinión de que todo gasto gubernamental en educación es una inversión fundamental de los contribuyentes para el desarrollo de las naciones. México ha tenido tres momentos en que intentó (y parcialmente lo consiguió) fortalecer su sistema educativo: con Vasconcelos el sub-sistema básico, en los sesenta con el encuadramiento macroeconómico del Programa de Desarrollo Estabilizador una tentativa fracasada de educación profesionalizante, y, en particular para el sub-sistema de la Educación Superior , a partir de los noventa con los programas federales de fortalecimiento de la capacidad académica de los recursos humanos y de la competitividad académica de los programas , PROMEP y PIFI .

Sin embargo, cuando el discurso se invierte y los recortes entran a la narrativa política y se plasman en los presupuestos anuales, entonces, la educación (y la calidad en la educación), como uno de los principales componentes del gasto público, se ha resentido inevitablemente.

Lo hemos visto, lo hemos resentido, lo hemos vivido. Hemos sido testigos de la lenta y paulatina erosión del sistema educativo, en sus diversos niveles.

Lo que no tiene ningún misterio: la educación es, principalmente, una responsabilidad del Estado y de los Gobiernos locales, que se encuentran en una situación fiscal precaria. Una ayuda federal adecuada podría haber supuesto una gran diferencia. Pero aunque se ha proporcionado algo de ayuda, esta sólo ha cubierto una pequeña parte del déficit operativo de los subsistemas. En particular, las grandes olvidadas y sacrificadas, han sido las universidades públicas. Eso se debe en parte a que, cada año, allá por el último trimestre, los legisladores insisten en eliminar parte de esa ayuda, recortando alegremente, en términos reales el presupuesto de las universidades y no contemplando en los mismos los rubros necesarios para los rescates financieros de las instituciones de educación superior y la re-ingeniería de sus pasivos actuariales. O sea, colocan a las universidades públicas a la merced, cada final de año fiscal del otorgamiento (o no) de «recursos extraordinarios» y en la incertidumbre sobre la capacidad financiera operativa para el siguiente año.

Como consecuencia de ello, la calidad de la educación superior se ha convertido en picadillo, la infraestructura en obsoleta, las condiciones de trabajo se han deteriorado y la población demandante de servicios educativos no encuentra dónde integrarse a los (pocos y no adaptados a las nuevas condiciones del mercado laboral) programas ofertados.

Que los profesores no basificados enfrentan el despido, o que los profesores con base tienen que asegurar una mayor cuota de clases frente al grupo, disminuyendo el tiempo dedicado a la investigación, es sólo una parte de la historia.

Todavía más grave es la forma en que estamos cerrando oportunidades a las nuevas generaciones. Así observamos el despilfarro de nuevos talentos, recursos humanos súper capacitados, con grados de maestría y de doctorado, cuyo financiamiento estuvo a cargo del erario público a través de becas y que no encuentran la puerta abierta en nuestras instituciones para se integren a ellas como investigadores y docentes.

Otro ejemplo de la falta de oportunidades, la grave situación de los estudiantes de clase media y de pocos recursos. Durante generaciones, los estudiantes con talento procedentes de familias con pocos recursos han sido usuarios de becas en primaria, secundaria y prepa, como trampolín para las universidades públicas estatales. Pero ante la crisis presupuestaria de los Estados, estas universidades se han visto obligadas a cerrar las puertas a los posibles estudiantes que iban a pasar por ellas, introduciendo cuotas (numerus clausus) que no satisfacen la demanda de matrícula y que colocan un muro intransponible para aquellos que no pueden salir de su ciudad ni de su estado para estudiar en otros lugares de la república, por falta de recursos y de becas adecuadas para la educación superior.

Una consecuencia, casi con seguridad, será el perjuicio de por vida para las perspectivas de muchos estudiantes. Otra, será un enorme e injustificado desperdicio de capacidades humanas para la Nación.

Sospecho que la mayoría de la gente todavía tiene en la cabeza esa imagen de la UNAM como modelo de un México, “gran tierra de la educación universitaria”, en la medida en que la enseñanza superior pública se ofrece a la población en general. Antes esa imagen se correspondía con la realidad. Pero hoy día, los jóvenes mexicanos tienen unas probabilidades considerablemente menores de licenciarse en la Universidad que los jóvenes de muchos otros países. De hecho, tenemos una tasa de licenciados universitarios que está ligeramente por debajo de la media de todas las economías desarrolladas, en particular de nuestros pares de la OCDE. Y la UNAM ha bajado en los últimos tres años diversos escalones en la lista de las mejores universidades del mundo, sin que otras universidades públicas mexicanas hayan entrado al ranking internacional.

Incluso sin las consecuencias de la crisis actual, habría motivos más que suficientes para esperar que bajásemos todavía más en esa clasificación, aunque sólo sea por lo difícil que les resulta a quienes disponen de recursos económicos limitados el seguir estudiando.

En México, con su débil colchón de seguridad social y su escasez de becas, es más probable que los estudiantes trabajen a tiempo parcial mientras asisten a clase que sus homólogos, por ejemplo, finlandeses, franceses o alemanes. Esto, como es obvio, tiene profundas (y negativas) consecuencias sobre la competitividad académica.

Así, no es de extrañar, teniendo en cuenta las enormes presiones económicas a que están sujetos, que los jóvenes mexicanos también tengan menos probabilidades de permanecer en la facultad, y más probabilidades de convertirse en trabajadores a “tiempo completo” informales en vez de estudiar. Las tasas de deserción escolar de las Universidades, son asustadoras. ¿Cómo corregir estas situaciones? Aumentando el presupuesto para las universidades públicas estatales.

No sólo, el gasto público en educación es una inversión en nuestro futuro, si no que más allá de eso, tenemos que despertarnos y darnos cuenta de que una de las claves del éxito histórico de muchos países (incluyendo el nuestro) es ahora un activo que se deprecia con el tiempo. La demostración de que es un activo de magna importancia en el desarrollo económico y en el fortalecimiento del mercado laboral, no ofrece dudas a nadie. Con diferencias significativas entre países, de acuerdo con sus condiciones económicas y de desarrollo, la evidencia presentada por el último informe de la OCDE (“Education at Glance 2014) es “que las personas que cuentan con educación terciaria (universitaria) tienen más probabilidades de encontrar un empleo y que éste sea de tiempo completo, que aquellos sin ese nivel de instrucción. Por ejemplo en los países de la OCDE, en promedio, la tasa de desempleo es casi tres veces mayor entre los de menor nivel de instrucción. En el caso específico de México, el desempleo de personas con educación superior muestra una recuperación en los datos del 2012 respecto del 2010”.

Pero este no es el único elemento que nos debe alertar para la defensa del incremento del rubro de gasto público del Estado en la Educación Superior. Otro dato relevante es el efecto de la educación superior en relación con el género. Esta se convierte en un factor que contribuye a la disminución, que no desaparición, del efecto discriminatorio de género en términos de empleo.

Sin embargo, continuamos a escuchar el discurso político, plasmado en el voto con tijeras de nuestros legisladores, “argumentando” e introduciendo recortes presupuestales para las Universidades. Se olvidan que la educación, en particular la educación superior, es uno de esos sectores que deberían seguir creciendo incluso durante una recesión. Las Universidades públicas deberían tener presupuestos adecuados, en que se deben reflejar su grado de regionalización y sus indicadores de calidad académica.

Puede que los mercados tengan problemas y que existan problemas presupuestales, pero ése no es motivo para que dejemos de formar a nuestros hijos. Puede ser que los estados tengan que lidiar con la crisis de su deuda soberana, pero eso no es motivo para abandonar a las universidades públicas que, tal como la UMSNH han abierto el camino de la excelencia educativa en condiciones dolorosas, hasta posicionarse el ranking de las mejores universidades públicas del país.

Sin embargo, eso es justamente lo que estamos haciendo. Y al hacerlo estamos abandonando a su suerte el futuro de Michoacán. Porque no existe futuro sin educación y está en el siglo XXI, en la Sociedad de la Información y del Conocimiento, es inseparable de la Educación Superior.

1 En septiembre se publicó el documento “Education at Glance 2014 ” mediante el cual la OCDE difunde los principales datos y estadísticas acerca de la educación y su impacto económico y social en los países.

2 Ver el excelente artículo de opinión de Raúl Martínez Solares in “El Economista” http://eleconomista.com.mx/finanzas-personales/2014/09/23/impacto-economico-educacion

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba