Fragmentación política y caos internacional, los nuevos «Juegos del Hambre»
Las lecciones del pasado reciente y , por otro lado, de las fuerzas motoras y ejes geopolíticos, nos ha colocado en una situación en que la política exterior de las naciones y su impacto en el orden internacional ha erosionado el paradigma del » consenso de las naciones » y nos ha proyectado en una dinámica internacional de conflictos que se asemejan a un mundo cercano a lo descrito en «Los Juegos del Hambre»
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Morelia, Michoacán, 22 de mayo de 2016.- Llegó el momento en que debemos repensar algunas de las premisas básicas sobre geopolítica y relaciones internacionales. Lo que conlleva en sí un reposicionamiento de nuestras visiones sobre la naturaleza del poder, de la gobernanza mundial y sobre los conceptos base del derecho internacional.
En primer lugar, necesitamos de nuevas herramientas conceptuales construidas a partir de un claro entendimiento del peso de las herencias histórico -culturales en la producción de las dinámicas geopolíticas y de cómo estas se transforman bajo el impulso de los ejes geoeconómicos
Después, tendremos que partir para el rediseño de los paradigmas de las relaciones internacionales que permitan pensar las posibilidades de construcción de un nuevo orden internacional estable, en base a principios emanados de la libertad y del respecto a los derechos humanos, con una economía digital post capitalista.
Lo anterior es urgente e impostergable, porque estamos entrando en una dinámica de fragmentación política y de erosión de los principios rectores del Derecho internacional público, cuyo único resultado previsible, caso no ataquemos el problema de raíz, será el caos geopolítico con el consecuente retroceso de las libertades y freno del desarrollo tecno económico.
Parto, en esta columna de opinión, del supuesto de que política exterior (en particular en sus dimensiones de seguridad, de cooperación internacional y de acuerdos comerciales), las relaciones internacionales y las componentes geoeconómicas están íntimamente conectadas y, que, si bien tienen principios autónomos, no pueden ser disociadas entre sí, ni ser consideradas de forma aislada.
En segundo lugar, creo que tenemos que repensar el poder, la geopolítica y la gobernanza, a partir de las potencialidades (inmensas) y de los riesgos de la sociedad de la información, así como del reconocimiento de la multiplicidad de actores nuevos, inclusive no estatales, en los escenarios internacionales. Que esto es fundamental para establecer los ejes del nuevo paradigma internacional, abandonando premisas del siglo XX en que los actores eran estados- naciones y las relaciones internacionales enmarcadas en un cuerpo normativo constituido por tratados, convenios y en que los equilibrios regionales se encontraban establecidos en organizaciones perfectamente identificadas y reconocidas, como por ejemplo la OTAN y el Pacto de Varsovia.
Hoy, el panorama es fundamentalmente diferente. En la era de la información, lo » local» es universal, el mundo es cada vez más «cercano», los actores se han multiplicado, las relaciones de fuerza y los equilibrios son difusos y las situaciones complejas.
Bajo de un punto de vista positivo, la información fluye, los modos de producción evolucionan, las estructuras financieras y laborales se transforman, la distribución de la riqueza y de los recursos se re-definen, los individuos son empoderados.
Sin embargo, en el otro extremo, tenemos la presencia de las regiones subdesarrolladas, con estructuras tecnológicas mínimas o inexistentes, con ciclos de guerra y hambre, inmersas en permanente violencia social, religiosa, inter étnica y que producen estados disfuncionales, que potencian los ejes de fragmentación política que conllevan la semilla de los motores de producción del caos geopolítico, en particular en el mundo eurasiático y en el continente africano.
Así siendo, nuevos retos globales han emergido a lo largo de los ejes de fragmentación política (Oriente Medio, Asia Central, África subsahariana) pero el discurso, la narrativa política sobre su impacto en las relaciones internacionales, con excepción de la incipiente e inarticulada «doctrina Obama “, no ha producido avances teóricos en el campo de la Teoría de las relaciones internacionales, porque este campo no se ha adaptado a las nuevas realidades y contextos.
En consecuencia, las políticas exteriores de las grandes potencias y de los nuevos actores regionales no han encontrado un paradigma rector y se encuentran a la deriva entre la reducción a la insignificancia o en la búsqueda desesperada de ventajas puntuales (como, por ejemplo, la intervención rusa en Siria o de Saudí Arabia en Yemen) que no pueden transformarse en esfuerzos permanentes, sea por debilidad económica o por riesgos de implosión interna.
En particular, podemos achacar esta situación a la imposibilidad de los políticos para entender lo que constituye una verdadera política exterior, que vaya más allá de las tácticas de bullying internacional, en una era de enorme complejidad, de información viral, de dinámicas fluidas, en que los conflictos son atípicos y las soluciones abiertas y difusas.
Frente a la realidad de las fuerzas motoras de la fragmentación política y del resultante caos geopolítico, los líderes políticos aparecen como desconectados e incapaces de servirse de los modelos teóricos que les permitan hacerse de instrumentos eficientes en materia de política exterior y de relaciones internacionales.
Como reacción obvia, las poblaciones recaen (otra vez) bajo el poder de seducción del «canto de las sirenas» de los apologistas del aislacionismo. Ahora bien, la tentación del aislacionismo es (ha sido) siempre, un síntoma evidente de debilidad política y de incapacidad para actuar y asumir responsabilidades. La tentación del aislacionismo, en particular cuando viene de Europa o de Estados Unidos, abre la puerta, a nivel internacional, a las incursiones regionales de regímenes impresentables como Irán o a los chantajes de Corea del Norte.
La tentación del aislacionismo, a nivel interno, se plasma en el ideario de los movimientos autoritarios, de las agendas electorales de los partidos xenófobos y de los populismos de todos los cuadrantes, pero en particular, neofascistas.
Podemos entonces considerar al aislacionismo como el resultado de una ignorancia de la génesis de la fragmentación política y de un desconocimiento de las leyes y del papel que la sociedad interconectada y viralizada digital tiene en la propagación de sectarismos, de potencialización de conflictos inter étnicos y de fortalecimiento de las estructuras de reclutamiento de los grupos del terrorismo internacional.
En la realidad, este tipo de incapacidad política de los actores políticos tradicionales sumado a la ignorancia de las masas , por un lado de las lecciones del pasado reciente y , por otro lado, de las fuerzas motoras y ejes geopolíticos, nos ha colocado en una situación en que la política exterior de las naciones y su impacto en el orden internacional ha erosionado el paradigma del » consenso de las naciones » y nos ha proyectado en una dinámica internacional de conflictos que se asemejan a un mundo cercano a lo descrito en «Los Juegos del Hambre» .