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Ignorancia radioactiva (Por: Alejandro Vázquez Cárdenas)

El autor de este artículo es el reconocido Doctor Alejandro Vázquez Cárdenas
El autor de este artículo es el reconocido Doctor Alejandro Vázquez Cárdenas

La credulidad, la ignorancia y la ingenuidad por lo común van de la mano. Afortunadamente muchas veces sin consecuencias graves para las personas, pero en otras, esta credulidad o más bien, las ganas de creer pueden tener consecuencias peligrosas o definitivamente mortales.

Morelia, Michoacán, 24 de octubre de 2017.- La credulidad, la ignorancia y la ingenuidad por lo común van de la mano. Afortunadamente muchas veces sin consecuencias graves para las personas, pero en otras, esta credulidad o más bien, las ganas de creer pueden tener consecuencias peligrosas o definitivamente mortales.

Veamos a continuación algunos datos que Ian Crofton escritor y divulgador científico norteamericano ha publicado en su libro “Historia de la ciencia sin los trozos aburridos”, Editorial Ariel, 2011.

A finales del siglo XIX y principios del XX la ciencia avanzó a  gran velocidad, lo mismo la medicina,  pero entre medio de verdaderos descubrimientos, un gran número de charlatanes, tan solo por ganar dinero,  jugaron con la salud de sus conciudadanos. En esa época ni soñar que existieran los rigurosos controles actuales y cualquiera podía vender en el mercado productos supuestamente milagrosos como el agua Radithor  y  los supositorios Vita Radium que increíblemente aún se vendían en 1928

A inicios del siglo XX uno de los recursos más utilizados para vender curas milagrosas era decir que los productos eran radiactivos. Chocolate radiactivo, cremas faciales radiactivas, pastas de dientes radiactivos, jarras de agua y gafas radiactivas. Los casos más increíbles fueron el del agua Radithor y el de los supositorios radiactivos Vita radium. Todos ellos tan inútiles como mortales.

Los laboratorios Radio Bailey Inc. de New Jersey, pusieron en el mercado la primer “bebida energética”, el Radithor prometiendo  que curaba casi todo y de pilón proporcionaba alegría perpetua. El Radithor era agua destilada conteniendo radio 226 y 228, ambos elementos muy radiactivos. Esto ocurrió hace casi un siglo, en 1918, y entonces se pensaba que la radiación era buena para casi todo, aunque el producto tuvo que ser retirado cuando una de sus principales consumidoras, que además era una dama de la alta sociedad estadounidense, murió tras haber consumido centenares de botellas. Tuvo que ser enterrada en un ataúd revestido de plomo porque el cadáver era también radiactivo. Otro caso muy sonado fue el de Eben Byers, un magnate del acero y fanático  jugador de golf que consumía dos botellas diarias de 60 ml (a 5 dólares cada una, una fortuna entonces) y falleció completamente radiado. Sus huesos acumularon tal cantidad de radio que prácticamente se le deshizo la mandíbula y falleció entre enormes sufrimientos por un absceso cerebral.

En aquel tiempo la radiactividad se tenía por algo bueno en términos generales y así en 1930 la crema facial Tho-Radia se vendía con éxito en Francia a pesar de contener 0,5 gramos de cloruro de torio y 0,25 de bromuro de radio por cada 100 gramos. Unos años después apareció en el mercado Doramad, una pasta de dientes alemana que, según decían, gracias a la radioactividad reforzaba los dientes y las encías. Afortunadamente la dosis de producto radioactivo en este caso era baja y por lo tanto la pasta no era letal en sí misma.
Pero lo más grave de todo se dio en  1931, cuando  la empresa Burk & Braun lanzó al mercado Radium Shokolade, un chocolate para niños y adultos, por supuesto con su dosis de radioactividad. El colmo fue el  Vita Radium, un producto para el uso rectal por parte de los hombres, como se decía en su publicidad. Esos supositorios se promocionaban, entre otras cosas, para corregir la impotencia, como un Viagra administrado por vía rectal y proporcionaban energía a todos los sistemas, según la publicidad. Y por si lo anterior fuera poco supuestamente eran buenísimos contra las hemorroides y abscesos rectales.

La radioactividad fue un filón publicitario durante décadas, pero su legado de muerte es impresionante.  Ahora nadie en su juicio promovería un disparate de ese calibre, pero en su lugar, ahora, en los dos últimos decenios, nos han inundados con los cuentos de nuevos productos milagrosos que lo mismo son capaces de curar una próstata inflamada que devolver la juventud perdida, regenerar la lozanía de la piel, perder varios kilos en pocos días, llenarnos de “energía” para todo el día, todo esto con productos “naturales”

Poco hemos avanzado en ese sentido, y si no me creen, dediquen unos minutos a ver los “infomerciales”.

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