Editoriales

Intelectuales y la violencia / Alejandro Vázquez Cárdenas

El autor de este artículo es el reconocido Doctor Alejandro Vázquez Cárdenas
El autor de este artículo es el reconocido Doctor Alejandro Vázquez Cárdenas

En su momento, la primera plana de  La Jornada publicó: “Poner freno a la violencia, clamor de intelectuales”. Ni una palabra dedican estos «intelectuales» a los homicidas que secuestran, balacean, violan, decapitan y descuartizan a sus víctimas; todos ignoran perversamente que los asesinos son los criminales ligados al narco y la delincuencia organizada.

Morelia, Michoacán, 05 de septiembre de 2017.- Iniciemos con la definición de «Intelectual». El Diccionario de la Real Academia Española, nos informa que intelectual es un adjetivo con tres acepciones: «perteneciente o relativo al entendimiento», «espiritual, incorporal» y «dedicado preferentemente al cultivo de las ciencias y las letras. Otra: Intelectual es aquel que elabora pensamiento de relevante impacto social, valiéndose para ello del conocimiento sobre ciencias y letras.

El término intelectual está dotado socialmente de un valor de prestigio. El problema que es en muchas ocasiones, la aplicación del término depende del grado de afinidad ideológica, política, etc., que tenga quien lo aplica con respecto de la persona que se esté considerando; no existen criterios absolutamente objetivos para identificar como intelectual a nadie. Por lo tanto se trata de una palabra cuyo significado está matizado por percepciones, lo que la convierte en imprecisa.

Podemos concluir que no existe un criterio uniforme para definir con exactitud quien es y quien no es un «Intelectual». Lo que para un grupo respetable de ciudadanos es un arquetipo de intelectual, para otro grupo de ciudadanos, igual de respetable, es simplemente un hábil charlatán.  La escritora que para muchos es una maravilla literaria, para otros es solo una mediocre pergeñadora de historietas con buenas relaciones sociales.

Un buen ejemplo de lo anterior es la exitosa, en su momento, campaña “¡Basta de sangre!” encabezada por el recientemente fallecido caricaturista Rius y el periodista y activista Julio Scherer junto con la hoja parroquial de AMLO,  La Jornada. Dicha campaña básicamente era una protesta en contra de la violencia que ha cobrado decenas de miles de víctimas, algunas inocentes y otras no tanto, en la lucha contra el flagelo del narcotráfico. Ciertamente nadie en su sano juicio se opondría a terminar con la violencia,  pero ¿y qué hacemos con el crimen organizado?  ¿Los dejamos tranquilos? ¿Construimos canchas de básquet y vóley bol como algunos opinan? ¿Dejar pasar y dejar hacer, como se hacía en el reinado del PRI? Hasta donde sé nadie ha hecho una propuesta integral y razonable al respecto.

En su momento, la primera plana de  La Jornada publicó: “Poner freno a la violencia, clamor de intelectuales”. Los intelectuales que claman son: Raquel Tibol, Lourdes Arizpe, Élmer Mendoza, Víctor Flores Olea, Elena Poniatowska, Epigmenio Ibarra, Alberto Híjar, Pedro Friedeberg, Luis Mario Moncada.  ¿Esos son los intelectuales? ¿Tan desteñida se encuentra la calificación de «Intelectual» en México? A este paso veremos etiquetar a Chespirito de «intelectual», al mismo nivel que Charles Chaplin.

Roger Bartra ha publicado en Letras libres una reflexión sobre la curiosa suerte de los intelectuales mexicanos en tiempos democráticos. “La caída del régimen autoritario ha provocado una expansión de los espacios intelectuales. Una variada corte ocupa esos territorios: “escapados de la academia, periodistas con ínfulas, prófugos de la literatura, ideólogos desahuciados, tecnócratas desempleados, políticos insensatos, burócratas exquisitos.”

Bartra considera que la fascinación por el poder devoró en 2006 a buena parte de la intelectualidad mexicana. “La dificultad de entender la derrota, combinada con el descubrimiento de que los había deslumbrado el populismo rancio de un cacique, ha asumido a muchos intelectuales en una desesperada tristeza política.”

Ni una palabra dedican estos «intelectuales» a los homicidas que secuestran, balacean, violan, decapitan y descuartizan a sus víctimas; todos ignoran perversamente que los asesinos son los criminales ligados al narco y la delincuencia organizada,  causantes de la mayoría de los cien mil  muertos y treinta mil desaparecidos.

La iniciativa Scherer-Rius también equivocó los destinatarios: esa iniciativa debía de haber sido enviada directamente a los capos de la droga, pero sobre todo al país que genera la demanda, los EUA con sus millones de adictos. Olvidaron algo básico, si hay demanda invariablemente habrá oferta. Al endosárselos  al gobierno federal y directamente al presidente de la República, la iniciativa se convirtió en una aliada de los cárteles del narcotráfico.

Todo se vale si la idea es enlodar al Ejecutivo o al Ejército.

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