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La Teoría del Complot: Una epidemia Nacional / Teresa Da Cunha

Teresa Da Cunha es doctora en Derecho; con diversos posgrados en universidades de México, España y Francia; profesora investigadora de la UMSNH; miembro del Sistema Nacional de Investigadores; y coordinadora del Área de Ciencias Sociales en el CIJUS
Teresa Da Cunha es doctora en Derecho; con diversos posgrados en universidades de México, España y Francia; profesora investigadora de la UMSNH; miembro del Sistema Nacional de Investigadores; y coordinadora del Área de Ciencias Sociales en el CIJUS

La teoría del complot, en términos “económicos” es una pérdida de tiempo, en términos reales es improbable y en términos de eficiencia es inoperante

Morelia, Michoacán, 27 de febrero de 2014.- La teoría del complot, en términos “económicos” es una pérdida de tiempo, en términos reales es improbable y en términos de eficiencia es inoperante. La (s) teoría(s) del complot, no sólo son “irreales”, son además un ejercicio de negación del principio de Occam.

Sin embargo, en México, la «teoría del complot” ocupa inevitablemente el centro de la construcción del debate público, eliminando las posibilidades reales de participación del ciudadano en la construcción de una opinión pública crítica, que pueda tomar decisiones con conocimiento de causa.

El Diccionario de la Real Academia nos arroja que: “complot (Del fr. complot).1.m.Conjuración o conspiración de carácter político o social.2.m. coloq. Confabulación entre dos o más personas contra otra u otras.3.m. coloq. Trama, intriga. Según el Petit Robert, “Un complot es un acuerdo secreto entre varias personas para derrocar a un poder establecido, o una organización para atentar contra la vida de una autoridad”.

Ahora bien, el experto en la “teoría del complot”, el conspiracionista que aplica a todos los niveles y a toda la actualidad el método heurístico del complot, se presenta, siempre, como defensor de los oprimidos. Y, como «especie» se reproduce a la velocidad de los conejos en Australia y, con los mismos efectos devastadores y predadores sobre el «paisaje» real.

Paradójicamente, el «conspiracionista» de servicio, tiene un enfoque muy cercano al de la élite que denuncia y contra la que dice estar luchando. En primer lugar, porque se presenta como aquél que comparte con ella los secretos (o sea que se presenta como el que come en la misma mesa y tutea al poder). ¿Cómo ha tenido acceso a ellos? Misterio impenetrable, con códigos y claves que hacen infantiles los rituales masónicos.

En segundo lugar, el conspiracionista comparte con la “élite” el profundo desprecio por el hombre común y por el pueblo al que pretende “iluminar”, «guiar», colocándose en la posición de persona “elegida y clarividente” que vive entre “personas ciegas” que necesitan de su “sabia dirección” .

El conspiracionista se adjudica, siempre, el papel de un “mesías”, o, en el menor de los casos, el papel del abnegado salvador de la humanidad (de todos nosotros, «pobres ignorantes» o «inocentes crédulos»). En cualquier circunstancia, no es un simple plebeyo, es un iniciado. Si no es un renegado de alguna conspiración, se presenta como una persona de extraordinaria inteligencia y que lo sabe todo.

Digamos que la teoría del complot, por su propia naturaleza y finalidad, intenta modificar relaciones de fuerza que le son adversas y tiene al secreto como fundamento y a la huída como condición. El complot, objeto de análisis y materia-prima del conspiracionista, tiene que ser siempre invisible porque implica una política basada en la debilidad extrema, en la amenaza continua de ser descubierto, en la inminencia de una derrota y en la construcción de redes de fuga y de repliegue.

Ahora bien, este es el primero problema (grave) con que debe lidiar el conspiracionista o experto en la «teoría del complot»: la invisibilidad en nuestro mundo hiperconectado es una imposibilidad.

En la forma clásica del “complot”, tres son una multitud; en el mundo de las redes sociales tres se multiplican por millares. Pero esta cuestión de números, no parece afectar la lógica del conspiracionista contemporáneo.

Este, en la elaboración de la teoría del complot hace uso de todos los elementos posibles (reales o imaginarios) distantes en el tiempo y el espacio como un “método” de explicar la providencia o el destino (fatum) con «método científico».

En la realidad, la composición de la explicación conspiracionista tiene algo muy parecido con la elaboración de la ensalada rusa. Un plan misterioso, con elementos diversos y heterodoxos, queda desvelado por un discurso racionalista (la mayonesa del conspiracionista).

El deseo de querer probar una convicción retomando argumentos escolásticos hace que las teorías de la conspiración sean atractivas para algunos creyentes, lo que explica la importancia de los temas religiosos en las obras conspiracionistas. Pero, no explica la creciente epidemia nacional de conspiracionistas, mucho de ellos declaradamente escépticos religiosos.

Existe, entonces una otra dimensión, y esta es una ideología de desconfianza absoluta (con marcadas raíces históricas y sociales) en las Instituciones y en el Estado que podemos enunciar bajo el paradigma: «la burra no era arisca, pero la hicieron arisca…».

El conspiracionismo utiliza en la mayor parte de los casos argumentos «lógicos» para hacer que sus puntos de vista sean tan creíbles como sea posible.

El primero se basa en el hecho de que no podemos saber todo porque nos «ocultan cosas». Esto permite el uso de elementos ocultos que han sido conocidos de una manera misteriosa por las personas que los revelan, sin que puedan demostrar su fuente ni su autenticidad, pero sí su «autoridad moral» de referente idóneo y de voz reconocida por los «pares».

Frecuentemente, los teóricos del complot sacan a relucir proyectos secretos del gobierno, textos históricos ocultos, pero también intervenciones extraterrestres o fuerzas satánicas o mágicas. Como consecuencia, no solo es posible, si no también plausible, pensar que todo esto es real, dado que intencionadamente se nos oculta todo.

Ahora bien, nada como la actual situación de violencia creada por los carteles frente a la visibilidad de la ineficiencia de las Instituciones, para alimentar la teoría del complot.

Todos los ingredientes están presentes y desde la «pseudo» muerte del Chayo, cuya prueba es que el cuerpo ha «desaparecido», hasta el análisis «científico» de los puntos descriptivos de la oreja del «Chapo», todo, absolutamente todo, alimenta la teoría del complot, fortaleciendo la «biblia» del argumentario conspiracionista con el supuesto escamoteo de la «verdad» por pequeños grupos de individuos.

Así, en un santiamén pasamos del engaño por omisión (se nos oculta todo) a la mentira deliberada (el complot de estado). La historia oficial no tiene ningún valor, las fuentes y la cronología se ponen en duda, cualquier hecho de la actualidad (o histórico) puede ser relativizado y enviado al mundo de los mitos.

Paradoja última: al renunciar a la aceptación crítica de lo real, el conspiracionista vive dentro del mito. Esa es su grande victoria. Es irrelevante que exista un individuo en prisión y que ese individuo sea un señor de apodo «El Chapo». Al final del día lo que queda es el «Mito de El Chapo» y este mito tiene muy poco (o nada) que ver con el Sr. Guzmán Loera.

Como decía Fernando Pessoa: «Yo no soy yo ni el otro / Yo soy algo intermedio».

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