Editoriales

La violencia que galopa / Teodoro Barajas Rodríguez

El autor es maestro en Gobierno y Asuntos Públicos, así como candidato a Doctor en Ciencias Políticas
El autor es maestro en Gobierno y Asuntos Públicos, así como candidato a Doctor en Ciencias Políticas

Si revisamos lo que sucede en otras latitudes del país, incluyendo por supuesto Michoacán, nos enteramos que esa explosión violenta tiene diversas causas, entre ellas tal vez por ser muy notable es la impunidad, la insuficiencia gubernamental

Morelia, Michoacán, 10 de mayo de 2014.- Hace tiempo la violencia cabalga incesante en nuestro país, a diario se da cuenta de los estragos de la misma, un gran apocalipsis hace presencia a ritmo de disparos, mutilaciones y muerte.

El norte del país, específicamente Tamaulipas, reporta una lista enorme de homicidios, lo cual no pasa desapercibido porque se trata de un fiero caos que parece no tener medida.

Si revisamos lo que sucede en otras latitudes del país, incluyendo por supuesto Michoacán, nos enteramos que esa explosión violenta tiene diversas causas, entre ellas tal vez por ser muy notable es la impunidad, la insuficiencia gubernamental.

La impotencia hace invocar la antigua Ley del Talión, ojo por ojo diente por diente como una manifestación de hartazgo y desesperación. En muchos casos ya se registran linchamientos porque hace mucho la fe en las instituciones se debilitó al vivir en carne propia el agravio vil de la delincuencia, se agotó la paciencia, en gran medida por ello surgieron los grupos de autodefensa.

Se entiende teóricamente que el monopolio de la violencia legal lo detenta el estado, sólo que ello encuadra en un bagaje académico de Max Weber porque en la realidad ese asunto se reparte, los vacíos se llenan de cualquier manera, los poderes fácticos se regodean en el presente.

Si la Ley del Talión del ojo por ojo y diente por diente cobrara vigencia de nueva cuenta creo que todos quedaríamos ciegos y desdentados, al hacer memoria mucha gente conocida ha sufrido agravios en su persona y/o sus cosas, asaltos, robo, lesiones y un largo etcétera de ilícitos que no fueron penalizados.

No se puede negar la realidad, hacerlo implica contagiarnos de esquizofrenia lo cual implicaría desconectarnos para no reconocer las llagas del tejido social, no es un asunto simplista o privativo de un solo partido político, la crisis es del modelo, de políticas públicas deficientes o del recurso humano susceptible de la corrupción como el aceite que hace funcionar la maquinaria del hampa.

El narcotráfico, cuyos tentáculos parecen como las cabezas de la hidra que se corta una pero brotan más, es en los últimos tiempos una plaga que carcome la certidumbre, el poder fáctico que deja tras de sí una estela de horror y que cobró el auge en la era de la globalización porque en el mundo hay más drogadictos que nunca.

Restaurar el tejido social es imperativo, no solo con plomo o efectivos policiales sino con educación, cultura y familia o nos caerá la noche sin más esperanzas.

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