Editoriales

Linchamientos / Columba Arias Solís

La autora es Maestra en Derecho; catedrática de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UMSNH; analista en varios medios de comunicación; y, titular de la Notaría Pública No. 128
La autora es Maestra en Derecho; catedrática de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UMSNH; analista en varios medios de comunicación; y, titular de la Notaría Pública No. 128

Horroriza la expresión de la violencia en todas sus formas, pero igual la indiferencia de esa parte de la sociedad que permanece como esfinge y la inacción de las autoridades en la prevención y aplicación de medidas que impidan en el futuro hechos que parecen sacados del oscurantismo medieval

Morelia, Michoacán, 15 de noviembre de 2015.- Hace unos días los diversos medios de comunicación enteraban de un acontecimiento que por su violencia y crueldad horrorizó a una gran parte de la sociedad: en Ajalpan un pequeño municipio del estado de Puebla, los hermanos José Abraham y David Rey Copado Molina quienes realizaban encuestas de mercado para determinados productos, fueron golpeados por una turba numerosa de pobladores, torturados y prendido fuego en la explanada de la Presidencia Municipal ante el regocijo de la muchedumbre.

El alcalde de la población explicó, que fueron confundidos con secuestradores después de que durante el fin de semana se difundieron en las redes sociales rumores de que “se estaban robando niños” en el municipio, según el alcalde, se trató de “una psicosis mental”.

No obstante que los hermanos se identificaron como encuestadores, incluso intentaron poner al teléfono al jefe de la empresa para la que trabajaban, la turba no escuchó razones, los sacaron de la comandancia, los golpearon y luego los quemaron.

A raíz de tan terrible hecho, surgen las preocupaciones y la búsqueda de las sin razones que se encuentran atrás de los linchamientos, especialmente en México, ya que –por desgracia- Ajalpan no es un hecho aislado, estudios realizados por investigadores de la UAM, señalan que en los últimos 26 años se han registrado al menos 366 casos relacionados con linchamientos en diferentes Estados del país, y a lo largo de este año, se han documentado 63. El ochenta por ciento de los linchamientos se concentran principalmente en el Estado de México, D.F., Puebla, Morelos, Oaxaca, Chiapas y Guerrero.

¿Qué es lo que subyace atrás de tan deleznables acontecimientos? Eliza Godínez, especialista del tema, señala que el linchamiento es una violencia aguda; una situación de abuso y absoluta asimetría en la que se busca  imponer un castigo físico multitudinario bajo el pretexto de ejercer la justicia que el Estado no provee.

Para Andrés Burgos, la existencia de una justicia laxa y una población inoperante resultan ser un caldo de cultivo del linchamiento, a lo cual le agrega la precariedad cultural y el desprecio a la vida; los linchamientos resultan ser mucho más crueles que cualquier tipo de robo, toda vez que el que lincha busca obtener una “revancha sangrienta, por un acto que además generalmente no ha sido cometido en su contra”.

Los linchamientos, de acuerdo con Gina Santamaría, son una expresión de la violencia que en México se ha logrado insertar en las comunidades como un mecanismo para resolver disputas, ventilar miedos e imponer formas de castigo que privilegian la venganza y la exclusión sobre la ley, la reinserción o la reparación.

Ante la gravedad del linchamiento surge el cuestionamiento sobre el origen del odio visceral de una población que agrede inmisericordemente y sin asomo de clemencia. ¿Será acaso, como señala Burgos que los linchadores tienen el mismo perfil que los saqueadores en los incendios, o que los que roban las pertenencias de los desprotegidos en un desastre natural? ¿Será entonces que las causas de la delincuencia tienen las mismas raíces que las de los linchamientos?

El doctor en Psicología e investigador del ITESM en Puebla, Héctor Cerezo Huerta, al referirse al tema de Ajalpan, manifestaba que éste, era el indicador de una sociedad dañada en donde intervino “la enfermedad mental” de algunos habitantes que aprovecharon la turba para expresar sus más profundas frustraciones y sus más intensos sentimientos de ira y de violencia contenida.

En ese contexto, no debe descartarse detrás de los fenómenos de linchamiento la existencia de ciertas enfermedades mentales;  tanto a nivel mundial como nacional  hay una alta prevalencia de dichos padecimiento. Desde hace más de 10 años la Encuesta Nacional de Epidemiología Psiquiátrica daba cuenta del problema en México, destacando entre los padecimientos, aquellos causados por la ansiedad, así como los derivados del uso de sustancias y los trastornos afectivos. Los síndromes depresivos y ansiosos, la epilepsia, la demencia, la esquizofrenia, las adicciones y los trastornos del desarrollo infantil, se han incrementado en México durante los últimos años.

La Organización Panamericana de la Salud, ha señalado que la salud mental está directamente relacionada  con el bienestar personal, familiar y comunitario, y no obstante que los trastornos mentales y neurológicos representan el 22% de la carga total de enfermedades en América Latina y el Caribe, con un alto impacto en términos de mortalidad, morbilidad y discapacidad en todas las etapas de la vida, los recursos para afrontar esta grave carga, son insuficientes y están deficientemente distribuidos.

Es más que evidente, como señala Cerezo, la urgencia tras lo sucedido en Ajalpan, de que las autoridades emprendan políticas permanentes en cuanto a la prevención de salud mental, programas de desarrollo comunitario, económico y trabajo educativo de tratamiento de la violencia. Horroriza la expresión de la violencia en todas sus formas, pero igual la indiferencia de esa parte de la sociedad que permanece como esfinge y la inacción de las autoridades en la prevención y aplicación de medidas que impidan en el futuro hechos que parecen sacados del oscurantismo medieval.

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