Editoriales

Los abajoinsultantes (Por: Alejandro Vázquez Cárdenas)

El autor de este artículo es el reconocido Doctor Alejandro Vázquez Cárdenas
El autor de este artículo es el reconocido Doctor Alejandro Vázquez Cárdenas

La violencia y agresividad de los oficiosos defensores del Mesías suelen llegar a niveles nunca vistos en la historia del periodismo; las más de las veces usando un perfil falso, con un lenguaje que haría sonrojar a un estibador y manejando ideas y escenarios que harían vomitar a un buitre los fanáticos vasallos

Morelia, Michoacán, 25 de septiembre de 2018.- Cualquiera que haya tenido la curiosidad de leer, vía internet, algunos de los diversos diarios de circulación nacional existentes en México, se dará cuenta de la presencia de infinidad de personas que utilizando la sección de “comentarios”, usualmente al final del artículo, se dedican, no a opinar ni argumentar, sino que, en el caso de no coincidir con lo que se expone, el anónimo comentarista vomita una serie de insultos y ofensas de diversos tonos y calibres, mismos que en nada contribuyen a un sano entendimiento entre el autor y sus lectores.

En los últimos meses este fenómeno ha sido mucho más notorio cuando se da el caso que el analista sostiene una opinión que no coincide con las ocurrencias del señor López, actual presidente electo. La violencia y agresividad de los oficiosos defensores del Mesías suelen llegar a niveles nunca vistos en la historia del periodismo; las más de las veces usando un perfil falso, con un lenguaje que haría sonrojar a un estibador y manejando ideas y escenarios que harían vomitar a un buitre los fanáticos vasallos, mejor conocidos como “chairos”, descargan su odio y rencor en contra de todo aquel que no se incline ante el Mesías.

Eso nos hace pensar, ¿Tenemos los comentarios que nos merecemos? ¿Ese es el verdadero nivel de “argumentación” que tiene el lector mexicano promedio? Es una buena pregunta que muchos medios se plantean en la actualidad pues estos comentarios de los “abajoinsultantes” en buena parte pueden calificarse como un verdadero “discurso de odio” que se propone incitar a la violencia.

Ante esta desagradable situación, que no es privativa de México sino que se da a escala mundial, varios medios de comunicación, inicialmente los estadounidenses, han ido sumándose a una tendencia, cerrar las sesiones de comentarios. En todos esos casos la razón es la misma, el esfuerzo no vale la pena.

Algunos grandes de la comunicación y las noticias, como Reuters han llegado a la conclusión de que su trabajo es hacer periodismo, no fomentar agresiones en los medios.

Los argumentos de los editores de estos medios transmiten una idea clara: los comentarios no valen la pena. Jessica Valenti, periodista de The Guardian afirma: «es como trabajar en un turno doble en el que te prestas voluntariamente a ataques de gente con la que nunca te has encontrado y que esperas no encontrarte nunca. Especialmente si eres una mujer«.

¿Qué se puede hacer? ¿Moderar los comentarios? Los sistemas de moderación manual (humana) no alcanzan a manejar el enorme volumen de mensajes que la mayoría de grandes medios reciben, y la llamada “moderación automática” no ha resultado muy efectiva. Resultado final, este diario ya no brinda espacio, en su edición electrónica, a las cartas y comentarios a los artículos de sus colaboradores, porque eran un compendio de insultos que no caben en una prensa libre.

En mayo del 2011, Pablo Hiriart, entonces director del periódico La Razón publicó un artículo donde argumenta su decisión de cancelar las opiniones de los lectores. Por considerar que sus argumentos siguen siendo absolutamente válidos en estas fechas transcribo una parte de ellos.

“La libertad, para que pueda ser vivida por todos, necesita reglas.

Y la mayoría de los comentarios en los foros abiertos de la página web de La Razón atentaba contra la dignidad de los articulistas y apostillaban con groserías un trabajo intelectual que merece respeto.

Aquí no hay lugar para cubrir de injurias al que piensa diferente.

En ese espacio que permitía a lectores colgar comentarios al final de un artículo o columna, se insultaba de manera soez y anónima a quien había hecho una labor de reflexión, análisis, plasmó sus ideas en un texto que firmaba con su nombre y ponía su cara.

Antes que poner al articulista en esa disyuntiva, es tarea de la dirección de un diario valorar si se deben publicar tales dicterios o no.

Hemos decidido que no.

La función de un director no sólo es proteger a los lectores de posibles gazapos, errores o falsedades, sino también es su responsabilidad cuidar a quienes tienen la generosidad de escribir en el diario. Evitar que sean injuriados por lo que escriben”.

En mi personal manera de ver el asunto, estoy de acuerdo con los argumentos de Pablo Hiriart. Ya bastante odio tenemos como para incrementarlo o fomentarlo.

Es cuánto.

Alejandro Vázquez Cárdenas

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