Editoriales

Los laicos y el horrible vicio del clericalismo / Jorge E. Traslosheros

El autor, Jorge E. Traslosheros, es investigador titular del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, Doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Tulane y Maestro en Historia por el Colegio de Michoacán; además, articulista del diario La Razón
El autor, Jorge E. Traslosheros, es investigador titular del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, Doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Tulane y Maestro en Historia por el Colegio de Michoacán; además, artículista del diario La Razón

Al interior de la Iglesia existe un horroroso vicio llamado clericalismo, el cual entorpece la participación de los laicos de manera creativa y constructiva; tiene distintas manifestaciones,  pero comparte el hecho de pretender reducir la vida de la Iglesia a la acción del clero

México, D.F., 13 de mayo de 2016.- Al interior de la Iglesia existe un horroroso vicio llamado clericalismo, el cual entorpece la participación de los laicos de manera creativa y constructiva. Tiene distintas manifestaciones,  pero comparte el hecho de pretender reducir la vida de la Iglesia a la acción del clero.

En días pasados se dio a conocer una carta del papa Francisco, dirigida al cardenal Marc Ouellet en su calidad de Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, como motivo de una reunión en la que trataron la participación de los laicos. En su misiva, identifica el clericalismo como la principal amenaza para la evangelización en América Latina.

Con gran caridad dirige la carta a sus hermanos obispos, para reflexionar sobre las distintas actitudes que fomentan la clericalización de los laicos. Para evitar este vicio, apunta, es necesario entender la Iglesia desde una perspectiva más profunda, vivencial y bíblica, esto es, como el Pueblo fiel de Dios. En esta lógica, afirma, se dan pasos decisivos contra el clericalismo cuando el obispo se ubica, no como el mandón del pueblo, sino como pastor capaz de seguir, orientar y confiar en la feligresía.

Francisco pone como ejemplo de un laicado maduro que sabe caminar en comunión con sus pastores, las muy diversas manifestaciones de la religiosidad popular, por ser ésta un espacio de inculturación del Evangelio. Ahí, a través de una permanente purificación profética, se hace realidad la vida del laico como actor de la Iglesia en su vida espiritual, sacramental y litúrgica, en el testimonio de la fe y la esperanza vivida en la caridad.

El Papa, pues, sostiene que el clericalismo se origina en una relación equivocada del obispo con la feligresía, y tiene razón. Sin embargo, como laico del común también entiendo que, las peores actitudes clericalistas no provienen de sacerdotes, obispos o religiosos. El vicio es alimentado principalmente por nosotros, los laicos.

Invito a reflexionar sobre tres actitudes muy comunes entre nosotros, dos de las cuales son leña seca en las llamas del clericalismo: el infantilismo, el adolescente contestatario y, el laico maduro. Estas formas de pararse en la Iglesia no tienen nada que ver con la edad de las personas, mucho menos con el nivel de escolaridad. He visto niños con una fe verdaderamente madura y adultos cuya berrinchuda actitud haría palidecer al más huraño de los adolescentes.

El infantilismo es lo que normalmente entenderíamos por una actitud clericalista. El laico exige al clero resolverlo todo, para seguir sus instrucciones, evadiendo la toma de decisiones y responsabilidades. Observa una tramposa docilidad pues, cuando el “padrecito” no hace lo que el laico quiere, se desatan los berrinches y las patadas hasta que al pobre hombre no le queda más remedio que dar las órdenes apropiadas.

El laico adolescente contestatario presume de ser independiente; pero entiende por ello una corrosiva actitud criticona contra el clero, especialmente contra los obispos. Los “padrecitos” deben ser y hacer como ellos digan, so pena de sufrir el juicio lapidario. La caridad, obvio, no es su fuerte. Abundan en medios académicos, intelectuales y opinocráticos. Suelen identificarse a sí mismos como los auténticos católicos. Unos se ubican en los márgenes de la vida eclesial bajo el chantaje de haber sido exiliados, cuando deberían hablar de autoexilio; mientras otros se trepan a los escritorios de los obispos.

Por último, están los laicos maduros. Entienden la fragilidad de la condición humana al interior de la Iglesia, pero también el llamado de la gracia que se realiza en la acción, en la oración, en la liturgia y en la comunión de bautizados. Porque asumen su responsabilidad cotidiana, son capaces de convertirse en misioneros y discípulos de Jesús, según dones y carismas propios, ahí donde Dios les ponga, siembre o mande. En México, estoy seguro, son la mayoría silenciosa de la Iglesia. Sin embargo, atentos al llamado del Papa, ha llegado el momento de juntar al testimonio honrado, la palabra franca.

jtraslos@unam.mx
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 @jtraslos

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