Editoriales

Los monstruos también ganan elecciones / Teresa Da Cunha Lopes

Teresa Da Cunha es doctora en Derecho; con diversos posgrados en universidades de México, España y Francia; profesora investigadora de la UMSNH; miembro del Sistema Nacional de Investigadores; y coordinadora del Área de Ciencias Sociales en el CIJUS
Teresa Da Cunha es doctora en Derecho; con diversos posgrados en universidades de México, España y Francia; profesora investigadora de la UMSNH; miembro del Sistema Nacional de Investigadores; y coordinadora del Área de Ciencias Sociales en el CIJUS

Cuando los políticos creen que los “cambios cosméticos” todavía son eficientes y cuando los intelectuales se refugian en la academia y desdeñan la acción, las masas populares empiezan a añorar a los ”Robespierre” y al “terror revolucionario” y despiertan a los monstruos totalitarios que se alimentan del resentimiento, del odio, de la ignorancia, del racismo y de la xenofobia

Morelia, Michoacán, 09 de mayo de 2016.- «Los monstruos son reales, y los fantasmas también: viven dentro de nosotros y, a veces, ellos ganan”: Stephen King.

Una de las características inherentes a los líderes era su capacidad para innovar, escuchar, reflexionar sobre los problemas y sobre las consecuencias de sus opciones, responsabilizarse de sus actos y de crear ambientes propicios a la producción de conocimiento, en un medio perneado por el debate y la crítica. Solía ser así. Ya no lo es.

En el actual contexto, en lo que hoy se considera el “orden natural” en el campo de lo político, el líder arriba descrito es una especie en vías de extinción cuya desaparición ha sido acelerada por la toxicidad del “marketing político” y la sustitución del discurso programático por el “eslogan”.

Cuando a esto le sumamos una crisis económica profunda y mal manejada políticamente, entonces, nos enfrentamos al despertar de los monstruos totalitarios que se alimentan del resentimiento, del odio, de la ignorancia, del racismo y de la xenofobia.

Frente a este despertar nos encontramos en estado de indefensión, con una clase política omisa y cobarde, con una academia en que los intelectuales optaron por el silencio y la retirada a sus torres de marfil. Ahora bien, estas dos actitudes complementarias son una receta para el desastre.

Cuando necesitamos de ideas, de carisma, de unificadores, parece ser que en su opuesto, no tener ideas, no ser creativo , no poseer carisma, no presentar programas concretos, ser ofensivo, ignorante , discriminador y divisivo se ha transformado en “fortaleza” y que son estos trazos negativos el requisito esencial para transformar a los “monstruos” que viven entre nosotros en candidatos televisivos ganadores.

Antiguamente, tal sería causal de “muerte política” asegurada. Hoy, sirve de catapulta al primer lugar de las encuestas. Este nuevo tipo de políticos nunca pregunta” en qué acerté y en qué me equivoqué” , olvidando que lo político es siempre efímero y que lo que podría ser una solución pragmática aceptable hace diez años, hoy en día es impresentable.

Existe, así, una enorme diferencia entre el comportamiento del político y la posición del intelectual. El primero nunca hace un análisis de sus equivocaciones; el segundo parte de su detallado análisis para avanzar, no repetir errores y, eficazmente liderar innovando.

El político vive en una permanente burbuja de devaluación interna de sus principios (antes de ser electo) y en una tosca y larga justificación de su ineficiencia como gobernante (después de ser electo). Nunca reconoce la magnitud del desastre, aun cuando sabía que las consecuencias de sus opciones legislativas o de sus omisiones presupuestarias eran malas, malísimas desde un inicio y sólo transmitían los intereses de los grupos de presión y de las élites.

Esto, era en el siglo pasado re-equilibrado por el peso del intelectual, del periodismo libre y de investigación y, por una clase media culta. Hoy, ninguno de estos tres grupos está cercano a los círculos de poder o tiene acceso a los medios masivos de comunicación “mainstream”.

Su voz y el equilibrio que proporcionaban ha sido silenciado o marginalizado Podríamos, entonces pensar que todavía nos restaba la opción de remplazar a esta “raza” de políticos. Pero nos engañamos. El sistema construido por ellos mismos, a través de amarres normativos casi nunca permite que el político salga del poder.

En consecuencia, la caída del político nunca es una consecuencia de la manipulación corrupta de la economía, tampoco de la persistente miseria y sufrimiento general que infligen sus medidas a millones, a nombre de una cualquier abstracta “doctrina”. Así, que nos hemos acostumbrado a la “normalidad” del político como arquetipo de la irreductible ignorancia que pronuncia el éxito en campañas totalmente sumisas a la ley del marketing en que el debate político se reduce de “nada” a un superior nada: “menos cero”.

Hasta aquí, nos hacíamos una razón de nuestra indiferencia para con todo el proceso.

Pero, los últimos años vieron aparecer a un nuevo espécimen de político cuya maquinaria de campaña y de publicidad cultiva, en mayor o menor grado, el odio entre grupos étnicos, los enfrentamientos entre clases sociales y la guerra entre comunidades religiosas. Maquinaria que se aprovecha del monstruo que siempre estuvo presente del racismo y del odio al otro, pero que ha sabido cómo amplificar su efecto captando el resentimiento acumulado por la crisis económica mundial. Maquinaria que ha eliminado cualquier pretensión de “examen de consciencia” de la clase política.

Al revés, ha magnificado la inconsistencia entre un “pensamiento político” que se auto proclama de democrático y socialmente responsable, pero que ha creado las condiciones para que las poblaciones en general viva en condiciones de miseria, de sometimiento social, económico y político en casi todos los continentes.

No es entonces de sorprender que ellos mismos han creado las condiciones para que estos millones los desprecien y busquen alternativas , en las urnas o por las armas, aún y cuando estas alternativas son suicidarias y conduzcan, inevitablemente a los neofascismos , a los populismo del tipo “trumpocalipsis’ (término que pido prestado a Krugmana) y/ o a los autoritarios teocráticos . Cuando los políticos creen que los ”cambios cosméticos ” todavía son eficientes y cuando los intelectuales se refugian en la academia y desdeñan la acción, las masas populares empiezan a añorar a los ”Robespierre” y al “terror revolucionario” . Lo que hemos conseguido en materia de libertades fundamentales con sangre, sudor y lágrimas (como se suele decir) en dos guerras mundiales, una revolución industrial y el papel civilizador del derecho internacional, lo estamos lanzando por la borda fuera de una nave loca sin rumbo político creada por la maquinaria de la desinformación y del marketing político.

Nos enfrentamos, hoy, a un monstruo que ayudamos, desde la indiferencia de la sociedad y desde el silencio de la academia, a crear. En particular, pienso, como integrante de la academia que debemos hacer un mea culpa y recuperar nuestros espacios de intervención. Nuestro silencio y la no acción de los científicos ante los retos de la modernidad y sus incertidumbres han sido siempre y, así lo escribí en otra columna de opinión en marzo del 2015, “la marca escarlata de la traición de los intelectuales y una segura señal de decadencia de las civilizaciones”.

He siempre defendido, y lo continúo haciendo, que desde la academia estamos obligados a analizar la definición de las políticas públicas, la responsabilidad de los políticos y servidores públicos, los límites de la acción del estado, combatir la emergencia de los neototalitarismos y, proponer las soluciones necesarias a la salida de la crisis y liderar las vías de la construcción del futuro. Principalmente, cuando este se deberá materializar en las estructuras de la sociedad del conocimiento.

Caso contrario entraremos una deriva regresiva tipo narrativa cinéfila a la “Mad Max”. Debemos, para retomar nuestros espacios de intervención, aceptar que existe una multitud de problemas a los cuales no hemos prestado atención .Tenemos que observar que esa multitud de problemas ha cavado la brecha de la desigualdad .Que la desigualdad ha instalado resentimientos. Que los resentimientos han despertado a grupos de votantes racistas, xenófobas, ultraconservadores sociales, que bien son minoría, son los suficientemente numerosos para alimentar “victorias” de los Trump, de las Le Pen, de la gente de UKIP, de los discípulos de los legionarios y de corruptos populistas financiados por el narco.

Minorias que han reforzado a los nacionalismos de todos los colores, a los radicales os religiosos en un frente que tiene como principal agenda el ataque sistemático a nuestras libertades. O sea, la destrucción de los principios de la dignidad humana, de la libertad de expresión, de la existencia de derechos fundamentales económicos, sociales y culturales.

Ahora bien, nos equivocamos si pensamos que la academia y los intelectuales saben lo que hacen al insistir en mantener un silencio de plomo, que puede en ciertos casos parecer prudente, pero que en la realidad es cómplice del despertar del monstruo y cobarde ante los retos a enfrentar en la lucha contra la posible victoria de los monstruos.

Antes o después, estos iracundos racistas, xenófobas, ultraconservadores sociales, van a prender las “hogueras” en que quemarán nuestros escritos y nos enviarán, como por el pasado muy reciente, a las mazmorras por blasfemia, por sedición intelectual, a Siberia o al asilo psiquiátrico.

Yo tengo memoria histórica, me ha tocado vivir bajo un régimen fascista y, por lo tanto, tomo muy en serio cuando de nuevo escucho estas voces, porque sé que estas “cosas desagradables” han sucedido por el pasado y pueden volver a suceder. Así que me aterro con el valemadrismo de los políticos centristas que anudado a la arrogancia de los intelectuales que prefieren sus torres de marfil a la acción, propician liderazgos que se niegan a aprender del pasado, que tratan con cinismo al sufrimiento de millones y que frente al monstruo que hemos ayudado a crear actúan como eunucos.

No nos engañemos, los monstruos viven entre nosotros y por veces pueden ganar . Pero, sólo cuando los dejamos ganar…

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