Editoriales

México, su educación y cultura / Alejandro Vázquez Cárdenas

El autor de este artículo es el reconocido Doctor Alejandro Vázquez Cárdenas
El autor de este artículo es el reconocido Doctor Alejandro Vázquez Cárdenas

Si la información que un niño recibe en su casa es deficiente en calidad y/o cantidad, y la que recibe de joven en la escuela es mediocre, fragmentada, tendenciosa y sin fundamentos científicos, impartida por «maestros» más interesados en andar de agitadores que en cumplir con su labor de docentes, entonces su formación cultural dejará mucho que desear

Morelia, Michoacán, 11 de abril de 2017.- El ser humano es irremediablemente crédulo, situación muy evidente cuando se trata de noticias que sean compatibles con su particular catálogo de ideas fijas, ese que ha desarrollado desde su infancia, en su casa, en la escuela, con sus amigos, con lecturas propias o inducidas y posteriormente en el ambiente laboral. Así vemos que una determinada noticia, cierta o falsa, eso no importa, adquirirá patente de «verdad absoluta» si concuerda con la información, verdadera o falsa que previamente la persona ha  adquirido.

Aquí está precisamente el problema, si la información que un niño recibe en su casa es deficiente en calidad y/o cantidad, y la que recibe de joven en la escuela es mediocre, fragmentada, tendenciosa y sin fundamentos científicos, impartida por «maestros» más interesados en andar de agitadores que en cumplir con su labor de docentes, entonces su formación cultural dejará mucho que desear.

Ahora bien, si cursa y termina una carrera universitaria, la que sea, tampoco es garantía de nada.  Si a esto agregamos que el mexicano no lee más allá de un libro por año, y que según los estudios de la OCDE no entiende bien a bien que es lo que leyó, y si de remate aceptamos que una buena parte de su información la obtiene de la televisión comercial  entonces  debemos aceptar que estamos ante un panorama desolador.

¿Qué calidad tiene la televisión comercial en México?  Lamentablemente para la mayor parte de su  programación la calificación oscila entre mala y pésima. Los programas de concursos, los de chismes intrascendentes, los musicales llenos de lo que se ha denominado «música Kleenex» (úsese y tírese), los increíblemente tontos programas de médiums, magia, ovnis, espectros, horóscopos, «aparecidos» y demás tonterías son bodrios verdaderamente insultantes para la inteligencia. Pocos programas son rescatables e incluso hay algunos muy buenos, pero resulta que están en horarios propios para veladores.

La radio no está mejor. Existen cada vez menos estaciones de la llamada «música culta»,  mismas que mueren desplazadas por la música grupera y la balada desechable. Los programas de pseudociencia, naturismo, horóscopos, terapias alternativas y chismes de la farándula predominan en el cuadrante. Los programas de contenido educativo son de una pobreza alarmante y varios programas noticiosos han abandonado cualquier intento por la objetividad y apuestan decididamente por la estridencia, el sesgo extremo y la descalificación.

El cuadro se completa con la programación de eventos deportivos, sobre todo los fines de semana,  «Pan y circo», antigua y aún vigente formula del Imperio Romano. A este respecto podemos hacer un pequeño ejercicio interrogando a un conocido; casi con seguridad veremos que nuestro interlocutor no sabrá bien a bien que significa y que alcances tiene la  autonomía universitaria pero si nos podrá disertar con gran sapiencia sobre las virtudes de tal equipo o de «X» jugador.

¿Consecuencias de esta triste realidad? Las previsibles: Un pueblo en su gran mayoría con una cultura que va de pésima y mediocre, una visión del mundo deformada y sesgada, una veneración por ídolos transitorios y sin valor intrínseco, una escala de valores contaminada con criterios comerciales e inmediatistas, un desprecio por la cultura del esfuerzo y ahondamiento de profundas contradicciones sociales al ensalzar una serie de valores ligados no al trabajo sino a la corrupción y delincuencia.

La mayoría de las universidades no se escapan a la mediocridad nacional, pues son parte de la misma, por sus maestros,  sus laxos criterios de ingreso, permanencia  y titulación y sus atrasados programas académicos.  Así vemos médicos recién graduados que no saben de qué lado está el bazo y que escriben «útero» con «h», arquitectos e ingenieros que al construir una depósito de agua este se les desfonda en cuanto lo llenan, abogados que  dicen “Huesamenta”, psicólogos que aún piensan que las teorías freudianas tienen soporte científico. Así un largo etcétera.

Remedio a esta tragedia, solo uno, educación de calidad. O sea… adiós primer mundo. Seguiremos en el furgón de cola.

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