Editoriales

Necesitamos hombres de Estado en los gobiernos / Hugo Gama

Hugo Gama es Maestro en Derecho por la Universidad La Salle México, así como abogado especialista en propiedad industrial
Hugo Gama es Maestro en Derecho por la Universidad La Salle México, así como abogado especialista en propiedad industrial

La mayoría de la clase gobernante y los políticos han hecho esfuerzos incansables por robarnos la esperanza, sus acciones y conductas son la antítesis del sentir colectivo, sus neo posturas ideológicas dan muestra de la involución de la conceptualización del desarrollo y del bienestar social

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Morelia, Michoacán, 06 de febrero de 2015.- La mayoría de la clase gobernante y los políticos han hecho esfuerzos incansables por robarnos la esperanza, sus acciones y conductas son la antítesis del sentir colectivo, sus neo posturas ideológicas dan muestra de la involución de la conceptualización del desarrollo y del bienestar social, distan de ser hombres de Estado y son más una especie pragmática que sobrepone el interés personal antes que el colectivo.

Para los de traje los caminos debe ser rectos, se deben evitar las curvas aunque se abandonen localidades inmersas en las zonas montañosas, para ellos el ocio y la comodidad es su peor vicio y su mejor negocio, el malinchismo lo ven como una oportunidad de crecimiento, pues prefieren que de otras naciones venga a explotar las riquezas locales, porque bajo su lógica aquí no podemos o nos falta tecnología, y quien piense diferente a ellos es un “nacionalista trasnochado”.

Esos jugadores de golf que cómodamente se alimentan en los mejores restaurantes o compran relojes finos en Polanco con cargo a los impuestos de algún microempresario, nos han enseñado que el cinismo es el otro deporte que gustan practicar, pues afirmar “que vamos por la ruta correcta” es el absurdo más grande de la vida real.

Tienen por costumbre protegerse entre ellos y atacar a todo lo que los cuestione, no importan «los moches, las casas blancas o las cuentas gordas», pues cualquier asunto cuestionable no puede, ni debe afectar su «superioridad moral”, nadie tiene derecho de señalarlos, quien tenga esa osadía se convierte en un radical desestabilizador «del  proyecto»; y si la denuncia social es muy alta, sin tapujos nombrarán a un empleado a que la haga de auditor o contralor para que limpie el honor de su jefe.

No importa que se vulneren constituciones o soberanías, pues siempre habrá un funcionario chambista no electo que defienda al poder de facto. Siempre habrá un acomodado que defienda la hipótesis de que en Apatzingán se pueden comer tacos a las tres de la mañana y que los inocentes caídos son daños colaterales, tampoco faltará algún lambiscón que para defender a su jefe afirme que ciento veinte millones de mexicanos no entendemos de macroeconomía, por eso no conocemos los beneficios de los gasolinazos, además de que ignoramos las ventajas de los salarios bajos.

Para gran parte de los políticos no importa que la mayoría sea pobre y que la clase media se esté extinguiendo, no es relevante que haya trabajos bien remunerados u oportunidades que permitan el desarrollo de millones de familias, pues para los de corbata fina, el dolor y el hambre se alivia con una pantalla de plasma, que además según sus discursos servirán para “detonar” la economía.

En buena medida, parte del problema es que la clase política dejó de estudiar, de reflexionar, de pensar en los demás, es ya complicado encontrar políticos que hablen del Estado, la republica, la democracia, el federalismo, la soberanía o la constitucionalidad, eso ya no les importa, esos conceptos ya no los atienden, menos los comprenden. No conciben la honestidad y la transparencia como elementos intrínsecos al espíritu republicano; para ellos la democracia se ejerce con tarjetas soriana y el poder se transfiere por Monex o con la violencia de las fuerzas oscuras; para ellos el soberano no es el pueblo, es Exxon, Shell, Bimbo o hasta algún maleante.

Pese a todo lo anterior, seguro estoy que hasta el día de hoy usted también mantiene la esperanza de vivir en un lugar mejor, en el que las oportunidades y el desarrollo no sean una ilusión, en el que la seguridad sea tangible, en el que los políticos den muestra de honestidad y actúen en favor de los gobernados y no de sus propios intereses, y en el que el espíritu republicano y democrático tome por asalto las instituciones de este país, sin embargo, para que esa expectativa se haga realidad, tenemos la obligación como ciudadanos de llevar a los hombres de Estado a los gobiernos, y evitar que los políticos ramplones nos sigan gobernando.

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