Editoriales

Patognomónico y probable / Alejandro Vázquez Cárdenas

El autor de este artículo es el reconocido Doctor Alejandro Vázquez Cárdenas
El autor de este artículo es el reconocido Doctor Alejandro Vázquez Cárdenas

En lo que se refiere a periódicos podemos afirmar que aquellos individuos  que exclusivamente se informan en La Jornada,  el semanario Proceso y de pilón son fieles seguidores de la pasionaria del cuadrante  Carmen Aristegui, definitivamente sólo están viendo un solo lado de las noticias

Morelia, Michoacán, 28 de febrero de 2017.- La venerable Real Academia de la Lengua nos dice que patognomónico  es un adjetivo, procedente del griego,  que define a una enfermedad.   Ya más específicamente, en medicina se denomina como patognomónico a aquel síntoma o signo, que por sí solo es capaz de darnos, inequívocamente, el diagnóstico exacto por la sencilla  razón de que ninguna otra tiene ese dato o característica. Si encontramos un dato «patognomónico» podemos asegurar, sin posibilidad de error, que el paciente tiene «X» enfermedad y ninguna otra.  Desafortunadamente los datos patognomónicos no abundan, la inmensa mayoría de los pacientes tienen un amplio repertorio de síntomas y signos de diversa interpretación y que para  colmo varían de un individuo a otro, así sea la misma enfermedad. Dentro de los pocos datos patognomónicos está la crepitación ósea en una fractura, el frote pericárdico en la pericarditis, la presencia de aire en vías biliares en las fístulas biliares internas y unos cuantos  más. “Probable”  es otro adjetivo que nos indica que algo es muy posible, que puede ser probado o demostrado.

Ambos adjetivos podemos aplicarlos en otros campos que no solo sean la medicina. Recuerdo a un maestro que, basándose en  su larga experiencia sostenía, mitad en serio y mitad en broma  que todo individuo que portara bajo el brazo un ejemplar del entonces popular periódico ESTO  era una persona de limitada cultura e intelecto. Como se  sabe  dicho periódico exclusivamente maneja, o manejaba, noticias deportivas y de espectáculos;  cero artículos de análisis políticos, económicos, científicos, etc.

En el último tercio del pasado siglo, en el mayor hospital psiquiátrico de México, los médicos residentes sostenían que ejercer la, desde entonces deteriorada carrera de magisterio en la SEP, era sinónimo de debilidad mental superficial. Entonces cuando un trabajador de esta área llegaba a consulta, ellos ya tenían la mitad del diagnóstico hecho. No me atrevo a sostener la vigencia de esta afirmación, pero tampoco tengo motivos para negarla.

Capítulo aparte merecen las teorías de Cesare Lombroso, criminólogo italiano  de fines del siglo XIX  que afirmaba que los delitos son cometidos por aquellos que nacen con ciertos rasgos físicos hereditarios que son reconocibles. Atractiva teoría si uno se dedica a observar detenidamente cualquier manifestación que bloquee el libre tránsito en México. Pero la teoría de Lombroso fue refutada a comienzos del siglo XX por el criminalista británico Charles Goring.

En cuanto a precisar su nivel cultural por su tipo de lectura ahí sí existe  correlación. De una joven que compra exclusivamente revistas de la farándula, de modas o de programación televisiva  podemos afirmar, sin temor a equivocarnos que culta no es. Quien compra revistas y libros de horóscopos, metafísica, fantasmas, etc., simplemente exhibe su pobreza cultural. En lo que se refiera a periódicos podemos afirmar que aquellos individuos  que exclusivamente se informan en La Jornada,  el semanario Proceso y de pilón son fieles seguidores de la pasionaria del cuadrante  Carmen Aristegui, definitivamente sólo están viendo un solo lado de las noticias. En la misma situación se encuentran los que  creen, acríticamente, a esos medios “informativos” de Internet que se dedican a deformar las noticias, sesgando  todo aquello que puedan sesgar y si es necesario inventando verdaderas insensateces. De alguien que porte con orgullo un cartel con imágenes del Che, Marx o Stalin podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que es una persona de poca cultura y escasas luces.

Así es que con un mínimo margen de error podemos  considerar que todo aquel que cumpla estos requisitos es un personaje que carga un  gran resentimiento social, no porta un adecuado bagaje cultural y no le interesa informarse sino remachar sólidamente sus prejuicios. La experiencia dicta que con estas personas  no vale la pena perder el tiempo intentando establecer un diálogo. Éste resultará tan inútil como intentar convertir a un tigre en vegetariano.

Concluyendo, nos agrade o no, si deseamos que nuestra opinión tenga algún valor debemos apoyarla con sólidos argumentos respaldados por múltiples y probadas fuentes, y no únicamente con los datos que aparecen en  nuestra publicación favorita o en nuestras redes sociales.

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