Editoriales

¿Ricos o pobres? / Teresa Da Cunha Lopes

Teresa Da Cunha es doctora en Derecho; con diversos posgrados en universidades de México, España y Francia; profesora investigadora de la UMSNH; miembro del Sistema Nacional de Investigadores; y coordinadora del Área de Ciencias Sociales en el CIJUS
Teresa Da Cunha es doctora en Derecho; con diversos posgrados en universidades de México, España y Francia; profesora investigadora de la UMSNH; miembro del Sistema Nacional de Investigadores; y coordinadora del Área de Ciencias Sociales en el CIJUS

Hoy por hoy, en este pantanal sólo existen dos grandes clases sociales: los narco-políticos-empresarios y los otros (nosotros). O sea: los nuevos ricos y los nuevos pobres

Morelia, Michoacán, 07 de julio de 2014.- Las redes sociales han transformado a cada uno de nosotros, desde la comodidad de un sillón o de un Starbucks en “columnista” feroz, comentarista inmediato y, principalmente en un “esclavo” de los trending topics. Por un lado vivimos en la ilusión de una libertad impar, por otro lado estamos socialmente paralizados.

Esta parálisis, pasa por la autocensura en los temas fundamentales y sobre la inacción política, la falta de participación en la construcción de movimientos incluyentes, alternativos e innovadores frente a la plutocracia narco-política-empresarial que nos rodea.

Dos ejemplos concretos de la ilusión de libertad que vivimos en las redes: conocemos, hasta la saciedad, la opinión de los «comentaristas» facebookeros sobre la detención de Mireles, pero nadie exige la publicación de los datos de todas las licitaciones de proyectos financiados con dineros públicos; tenemos todas las posibilidades virales del humor en red sobre el penal (no fue penal), pero no conocemos casi nada sobre el déficit avasallador en que está hundido el Estado.

Habría que pedirles su opinión sobre la guerra en los diversos puntos de ruptura geopolíticos, el paro, la política, el suicidio, la falta de atención en hospitales, el deterioro en la educación pública… Y también sobre las familias desahuciadas que se quedan con una mano delante y la otra detrás por causa de la crisis y de los millares de desaparecidos y de los muchos autoexiliados por miedo a la violencia cotidiana.

En la era del “Big Data”, en que con un “click” de ratón tenemos acceso a millones de megabytes de información, existe un silencio ensordecedor sobre cuestiones fundamentales. Una de esas cuestiones que nunca se aborda es la manera como las mafias postmodernas -alianzas monstruosas entre crimen organizado, iniciativa privada y élites políticas- acaparan los recursos, tejen una telaraña de corrupción y se emparentan en “dinastías” locales que de bautizo en bautizo, de boda en boda, de presea en presea, rehacen en nuestro territorio, en nuestro estado, un remake diario del “Padrino”.

Hoy por hoy, en este pantanal sólo existen dos grandes clases sociales: los narco-políticos-empresarios y los otros (nosotros). O sea: los nuevos ricos y los nuevos pobres.

Los primeros han realizado en todo su resplandor la vieja ley de Marx sobre el capitalismo: la creciente concentración de riqueza en manos de unos pocos. O sea, de una pequeña élite narco-empresarial-política.

ricos-o-pobres-_1_2109231 140707Estamos volviendo al “capitalismo salvaje”, en el que todas las esferas de la economía están dominadas no sólo por los ricos, en el sentido tradicional del término, y por los herederos de esa riqueza, sino que estos se confunden con aquellos cuya posición jerárquica al interior de los grupos familiares en la pirámide operacional de las mafias locales les otorga el control de los recursos naturales y el acceso a las arterias de los recursos públicos.

De modo que, en esta estructura narcopolítica y narco-económica, tiene más importancia la ubicación del individuo en el tablero de repartición de cuotas que el esfuerzo y el talento, las competencias y las destrezas.

Sencillamente, la meritocracia es una variable que ha desaparecido de nuestra sociedad.

Y, como consecuencia dejó de existir la movilidad social. Ahora bien, meritocracia y movilidad social, son dos elementos indisociables y fundamentales en la construcción de las democracias. Cuando fallan, caen como un castillo de cartas, el estado de derecho, la seguridad, los sistemas educativo y de salud.

Ante la ausencia de oportunidades en una sociedad narcopolitizada, los nuevos pobres, eran hace tres décadas integrantes de clases medias pujantes que iniciaban un período de desarrollismo latinoamericano. Hoy, no tienen perspectivas a futuro, no tienen opciones presentes y soportan un reciente pasado que sólo les ha dejado secuelas psicológicas y tragedias familiares. Un buen número de gente hoy en día ni sabe lo que ha conseguido, ni si eso es mucho o poco en comparación con los logros de sus padres. Cuesta más cuantificar el progreso, cuando se da, y determinar dónde se encuentra cada uno en la escala social.

Porque los indicadores de pertenencia a una clase (según algunos sociólogos, la educación, ocupación, ingresos y riqueza) son obsoletos.

Hasta hace poco, quien tenía un nivel moderado o alto en esos ámbitos formaba parte de la clase media o acomodada. Y esos indicadores solían estar interrelacionados: quien trabajaba honradamente tenía bastantes garantías de estabilidad laboral y económica; quien contaba con una formación universitaria solía acceder a puestos cualificados y bien remunerados; quien había pasado 40 años trabajando podía jubilarse. Había otros problemas, obviamente, pero en ese sentido las reglas del juego estaban bastante claras. El esfuerzo tenía una recompensa.

Es evidente que eso ahora ya no sucede. Pero, lo preocupante es el silencio sobre este secuestro de las reglas del juego por las mafias postmodernas.

Hablamos mucho de descomposición social, pero no atacamos los elementos que nos imponen esa descomposición: la pequeña élite narco-empresarial-política y el secuestro de la sociedad que han impuesto en las dos últimas décadas.

Frente a la dicotomía social entre los narco-políticos-empresarios y los otros (nosotros), es urgente redefinir las clases tomando otras variables, más allá de los bienes materiales duros. Como el capital social (amistades, contactos, redes sociales) y el cultural (conocimientos, experiencias, riqueza cultural), ya que ambos confieren poder y estatus. . O la variable esencial podría ser el valor de tu trabajo: ¿te realiza o te esclaviza? Por ejemplo, muchos jóvenes estadounidenses de la generación millenial (nacidos a partir de 1980) se muestran más inclinados a dedicarse a lo que les gusta que a lo que les aporta más beneficio, como destacan algunas investigaciones. Esta tendencia es propia de su edad, pero quizás este grupo, dadas las pocas perspectivas de bonanza económica, se decante más que los anteriores a la consecución de sus ambiciones personales.

Se podrían redefinir las clases. O podrían desaparecer. Sea como sea, el congelamiento de la estratificación social impuesta por la pequeña élite narco-empresarial-política es, no solamente destructora del tejido social, como desconcertante, y nos plantea los siguientes interrogantes: si contamos con educación y un buen puesto, ¿por qué no tenemos también estabilidad? ¿Cómo puede ser que las generaciones anteriores obtuvieran mucho más con mucho menos?

Lo peor de esta confusión es que puede conducir a la parálisis. Nos ha conducido a la parálisis. Si uno no entiende dónde se encuentra, no sabe qué hacer para avanzar. Si ha hecho lo que debía y no ha llegado donde quería, no sabe cómo reaccionar.

Si las reglas del juego no están claras, o mejor, están claramente secuestradas por los narco-políticos-empresarios, ¿cómo se sigue jugando?

Sólo existe una solución: cortar, tal como lo hizo Alejandro Magno, con la espada el nudo gordiano. Nuestra espada es la constitución (el bloque de derechos del primer capítulo), nuestro “Alejandro Magno”, la sociedad civil organizada.

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