Editoriales

Solidaridad para Michoacán / Silvano Aureoles Conejo

El autor es presidente de la Junta de Coordinación Política y coordinador del grupo parlamentario del PRD en la Cámara de Diputados; es diputado federal por el Distrito de Zitácuaro
El autor es presidente de la Junta de Coordinación Política y coordinador del grupo parlamentario del PRD en la Cámara de Diputados; es diputado federal por el Distrito de Zitácuaro

Cabe en esta coyuntura la solidaridad de toda la sociedad mexicana, para apoyar la comercialización y adquisición de productos michoacanos; que impulsemos la difusión y el aprovechamiento de la riqueza histórica, arquitectónica, natural, y que se incentive la actividad turística en el estado

Morelia, Michoacán, 16 de enero de 2014.- Durante muchos años hemos insistido en la gravedad de la situación que se vive en Michoacán, derivada de la muy acentuada presencia de grupos del crimen organizado, cuya lógica de operación es de muy variados signos, enfocada al control territorial, pero también de los espacios anteriormente reservados a las organizaciones sociales y a la participación política. Lo que en un principio fue una lucha de las áreas de seguridad del gobierno contra las actividades del narcotráfico, se diversificó en la medida en que dichos grupos multiplicaron sus tareas para financiar sus estructuras y ocuparon el vacío dejado por la incapacidad, la colusión, la complacencia y en el mejor de los casos, por la omisión de la autoridades de los tres órdenes de gobierno.

Tales ramificaciones afectaron la vida de prácticamente todas las ciudades, pueblos y comunidades; no hubo ninguna actividad que se escapara de la amenaza permanente y, gradualmente, se rompieron los resortes de la estabilidad y la tranquilidad pública. Esta descripción tan general explica en qué escenario surge el hartazgo de la población para organizarse y hacer frente a un estado de cosas que ya resultaba insostenible. Este fue el caldo de cultivo para el surgimiento de los grupos de autodefensa, que también al margen de la ley, pero con una razón superior para la defensa de las vidas propias y de sus familias, irrumpieron en la escena con el respaldo popular y confrontan a las fuerzas de los grupos del crimen organizado.

Seguramente en alguna parte de las áreas de seguridad de los gobiernos, tanto local como federal, se cuenta con la información correcta sobre la naturaleza, los alcances, la conformación, la magnitud, la integración, los objetivos, la organización, el financiamiento y las formas de funcionamiento de los grupos confrontados; no corresponde a quienes tenemos una representación popular allegarnos los datos precisos, porque no forma parte de nuestras atribuciones ni tenemos las herramientas para ello, por lo que, sin duda, sería aventurado descalificar los propósitos de las autodefensas, como señalar con precisión la fenomenología del crimen y sus personeros.

Pero sí es factible, desde nuestra perspectiva, proponer soluciones respecto de una problemática que se evidencia en una serie de hechos que, concatenados, nos permiten partir de un diagnóstico elemental.

De esta forma es que hemos insistido sobre la necesidad de la puesta en marcha de una estrategia integral, que tenga como eje central la reconstrucción del tejido social. Lo anterior comprende no solo las actividades operativas policiales de contención, sino la procuración y administración de la justicia, además de la imposición de sanciones conforme a derecho para quienes infringen la ley. Esta es la forma de que la pena cumpla con su función ejemplar e inhiba la tentación de cometer delitos.

Más aún, apelamos a la esencia natural de la política como el arte para la solución de los problemas, con la participación de todos los sectores de la sociedad, para que, poniéndose por delante la tarea de gobierno, principalmente el federal, se nos convoque y, al margen de intereses particulares, partidistas, de grupos o de facciones, construyamos entre todos un conjunto de propuestas que se apliquen como opciones reales para la solución de los problemas que afectan hoy a Michoacán.

Hemos sido reiterativos en nuestro llamado para que se considere la atención al estado desde una situación de emergencia, que no se siga vanamente con la idea de aislar y reducir el problema a unos cuantos municipios, ni que se abuse de los anuncios espectaculares que presumen la artillería del Estado, pero que al final resultan ineficaces. La realidad sobrepasa la imaginación y cada vez ocurren episodios nunca antes vistos que llevan a los ciudadanos a esperar cualquier cosa.

Michoacán es un estado que ha sido protagonista en la historia de México. No hay cosa de trascendencia en el país que no haya pasado por ahí: desde las culturas precortesianas que resistieron la Conquista, pasando por la Independencia, la Revolución, la Reforma y, en la época contemporánea, el movimiento democratizador que sentó las bases de la alternancia y nos conduce a una transición aún pendiente.

La coyuntura del avance de los grupos de autodefensa, quiérase o no, ha puesto al estado al borde de la guerra civil. La situación de la entidad se encuentra en una ruta muy peligrosa, que la convierte en un asunto de seguridad nacional y, en consecuencia, pone a prueba las instituciones del Estado mexicano.

Era necesaria la incursión de las fuerzas federales en la magnitud que se está dio en los días recientes, pero me parece que los responsables de las áreas involucradas deben afinar sus estrategias, empezando porque no se puede atacar solamente a los visibles, a quienes a su entender van liberando los pueblos del yugo del crimen organizado. El exceso de fuerza ofusca el entendimiento y es muy posible que haya habido o llegue un momento en que no se sepa quiénes son los buenos y quiénes son los malos.

Por eso nuestro llamado a que se revisen las estrategias y que el gobierno, en todo caso, sea aliado de la población. En este aspecto es muy necesario considerar una declaratoria de la situación de emergencia que vive Michoacán. Actualmente vastas regiones de la Tierra Caliente están desoladas, las actividades productivas están en el piso, no hay empleo, la población no puede salir a realizar sus actividades con normalidad. Es un golpe de distintas características a las que ocasiona un huracán, pero igual o peor de devastador, porque sus consecuencias se prolongan en el tiempo y aniquilan toda posibilidad de una vida normal.

Ante estos hechos es muy necesario que se atienda a la población que, por su visibilidad, no tiene nada que esconder, la que expresa su deseo y reclama su derecho a una vida tranquila, la que en un estado de necesidad ha tenido que salir para defender sus bienes más preciados, como la vida y la integridad propia y de sus familias. Esta gente necesita ser respetada en sus derechos.

Cabe en esta coyuntura que la situación de emergencia que se vive en el estado de Michoacán corresponda a una acción no solo del gobierno, ni de la población de la entidad, sino de toda la sociedad mexicana, para que se solidarice y hagamos desde ya una gran campaña de apoyo para la recolección de víveres e insumos básicos que podamos hacer llegar a las familias que hoy pasan por tan lamentable situación.

Asimismo, que detonemos esquemas de apoyo para la comercialización y adquisición de productos y servicios elaborados por manos michoacanas; que impulsemos la difusión y el aprovechamiento de la riqueza histórica, arquitectónica, natural, y que incentive la actividad turística en el estado.

En fin, maneras hay muchas. Es momento de convocar a la solidaridad del pueblo mexicano con la población de un estado que le ha dado mucho a esta patria.

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