Educativas

Científicos en México, especie en peligro de extinción: Ruy Pérez Tamayo

Como parte de las charlas de El Colegio Nacional, el investigador presenta su libro “Diez razones para ser científico” a la comunidad nicolaita
Como parte de las charlas de El Colegio Nacional, el investigador presenta su libro “Diez razones para ser científico” a la comunidad nicolaita

El destacado investigador mexicano afirmó lo anterior durante la presentación de su libro “Diez razones para ser científico”, a estudiantes y profesores nicolaitas en la Facultad de Ciencias Médicas y Biológicas de la Universidad Michoacana

Morelia, Michoacán, 25 de febrero de 2016.- Una forma de apreciar la capacidad científica y tecnológica de un país, además del presupuesto asignado por el gobierno a tal actividad, es a través del número de científicos y tecnólogos en relación con su población, por lo que en esa proporción por cada diez mil habitantes hay un científico o más en naciones como Japón que en el año 2000 tenía 42, Alemania 39, Cuba 4 y México, ninguno (.65), por lo que puede afirmarse que en este país los científicos somos una especie en peligro de extinción.

El destacado investigador mexicano Ruy Pérez Tamayo afirmó lo anterior durante la presentación de su libro “Diez razones para ser científico”, a estudiantes y profesores nicolaitas en la Facultad de Ciencias Médicas y Biológicas de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

Con esta cátedra, se retoma el convenio de Charlas de El Colegio Nacional en la Casa de Hidalgo, mencionó el secretario Auxiliar de Rectoría, Héctor Pérez Pintor durante la inauguración de este ciclo, en el que estuvieron presentes la directora de la Facultad de Ciencias Médicas y Biológicas, Silvia Hernández Capi, quien a nombre de su institución dio una cordial bienvenida a este renombrado investigador mexicano, en presencia de un centenar de alumnos que literalmente se abarrotaron en el recinto para poder escuchar a Pérez Tamayo.

Durante la charla, el investigador rememoró apoyándose en lo asentado en su libro, las reflexiones que a lo largo de su vida ha tenido acerca de su profesión y quehacer como científico. Uno de los puntos más graves, señaló, es que mientras que en países como Alemania y Japón, por cada 10 mil habitantes cuentan con 39 y 42 científicos, en México el porcentaje es de 0.65, o sea, ni uno.

Es obvio que los científicos el país somos muy pocos, abundó, pero la situación es todavía más grave, porque la población general en México crece más rápido que la comunidad científica. Para revertir lo anterior, deberían destinarse mayores montos gubernamentales hacia la investigación en ciencia y tecnología,-ya que la creación del Conacyt no es suficiente opinó-, el escaso reconocimiento que tiene la figura del científico entre la población en general (que se refleja en su salario restringido) y crear conciencia entre la sociedad que valore el conocimiento como la llave del desarrollo social.

El doctor Honoris Causa por varias universidades, entre ellas la Casa de Hidalgo, afirmó a su audiencia que cualquier persona interesada en ello, puede llegar a ser un científico, y no cualquier científico, sino uno convencido de su labor.

Al tocar algunos puntos de su obra, el investigador narra las experiencias familiares y como adolescente que le llevaron a dedicarse a la ciencia y en una segunda parte, reflexiona sobre su trayectoria, de la cual concluye sus 10 buenas razones para dedicarse a dicha profesión.

De manera breve, las diez razones se resumen en lo siguiente: ser científico permite a la persona dedicarse a hacer siempre lo que le gusta y recibir un salario por ello. Para no tener un jefe en el trabajo, ya que un científico goza de independencia intelectual y hace o ahonda en aquella rama de la ciencia que más le interesa.

Para el científico no hay horarios de trabajo, dijo Pérez Tamayo, ya que las reflexiones surgen en casa, de vacaciones, durante congresos e intercambios académicos con otros investigadores, otra de las ventajas de la profesión.

Un científico no se aburre en el trabajo, porque su actividad está llena de sorpresas, las cuales son la respuesta a su investigación con lo que surgen –la mayoría de las veces- nuevas preguntas.

Ruy Pérez Tamayo considera a la ciencia como lo más divertido del mundo, por lo que resulta ser el mejor antídoto para el aburrimiento, además de que como no existe un solo método científico para realizar una investigación, hay pocos actos “repetitivos”.

A sus ochenta y tantos años, el investigador afirma que la actividad científica ayuda a usar mejor el cerebro, por la constante demanda de creatividad para generar “buenas ideas”, además de desarrollar una actitud crítica ante las verdades declaradas sin un fundamento real, “el espíritu de la ciencia, escéptico y crítico, no es simplemente un mecanismo de defensa en contra de la tergiversación de la realidad por intereses ideológicos, políticos o comerciales, sino que sirve también para ordenar nuestra vida cotidiana en forma racional y objetiva. Esto implica incluso el cuestionamiento a la autoridad por más eminente o dogmática que sea” afirma en una de sus páginas de la obra.

Pérez Tamayo afirma que para transformar a la sociedad actual en una sociedad del conocimiento es ser científico, incluir el espíritu escéptico y crítico en todos los niveles educativos, además de propiciar desde el gobierno el aumento de científicos por número de habitantes en mediano plazo.

Finalmente Ruy Pérez Tamayo afirma que la actividad científica es una cuestión muy personal, que le lleva a estar siempre muy contento, “Yo he vivido siempre bien contento como investigador científico porque nunca me interesó hacer mucho dinero. Siendo muy joven me encontré con la investigación científica, me encantó y he trabajado en ella toda mi larga vida. Mi trabajo es estimulante, divertido, muy variable, siempre hago lo que me gusta, no tengo jefe ni horario de trabajo, nunca he estado aburrido, casi todos mis amigos son científicos y hablo con ellos en su mismo lenguaje, y he sido profesor de muchos científicos, no sólo mexicanos sino de otros países.

Por lo anterior, concluye, un científico no envejece, conserva la “eterna juventud”, puesto que a cualquier edad se pueden hacer descubrimientos significativos. Comenta que sus amigos científicos mayores (él, al terminar este libro tenía 88 años de edad) muestran muchos signos de envejecimiento físicos y fisiológicos, pero para la comunidad científica y público en general, los científicos de edad mayor que siguen participando en sus investigaciones no han quedado atrás o “pasado de moda”, sino que su dedicación a la ciencia les ha permitido permanecer vigentes.

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba