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18 FICM: La diosa del asfalto

1982. Con el país yéndose a pique, los jóvenes que habitan en los barrios marginales del Distrito Federal no encuentran el futuro muy prometedor. Su refugio son las tribus urbanas que ofrecían camaradería, así como rasgos de identidad y pertenencia que no encontraban en ninguna otra parte.

Morelia, Michoacán, 01 de noviembre de 2020.- A principios de los años ochenta, al sur de la Ciudad de México coexistían varias pandillas. Destacaban por su número y por la propaganda que gratuitamente les hacía la prensa amarillista, Los Panchitos, quienes según se decía, podían enfrentarse incluso al ejército. Otro singular producto de la época fueron Las Castradoras de Santa Fe, una banda integrada por mujeres que supuestamente se dedicaban a limpiar la zona de violadores y acosadores.

Retomando elementos de su propia experiencia, Inés Morales y Susana Quiroz armaron un guión que llegó a manos de Julián Hernández. Hay que hacer notar que Inés y Susana llevan ya mucho tiempo recolectando imágenes de subculturas citadinas. Particularmente interesante resulta el video Gritos poéticos de la urbe (1995), escrito y dirigido por ambas, que en cierta manera es un anticipo de lo que más tarde se convirtió en La diosa del asfalto (2020).

1982. Con el país yéndose a pique, los jóvenes que habitan en los barrios marginales del Distrito Federal no encuentran el futuro muy prometedor. Su refugio son las tribus urbanas que ofrecían camaradería, así como rasgos de identidad y pertenencia que no encontraban en ninguna otra parte. De esta manera, las chamarras de cuero, las botas con casquillo y los peinados estrafalarios se convirtieron en símbolos que reflejaban su distanciamiento de la sociedad de la época.

Max y Ramira, comandan un grupo de jóvenes que completan Sonia, Guama y La Carcacha. Aunque cada una tiene distintas aspiraciones, comparten el gusto por los conciertos de rock, la ropa de corte punk y el drogarse ocasionalmente con pegamento. Todas viven en un entorno de violencia que en muchas ocasiones proviene de su propia familia: mujeres golpeadas por sus parejas o que relegan a un segundo plano a las hijas, incluso el padrastro que acosa impunemente ante la mirada displicente de la madre.

Estos grupos femeniles, sin más agenda que la sobrevivencia en una sociedad que las excluye, reflejan la resistencia y el deseo de no claudicar ante la violencia: la de pareja, la familiar y por supuesto la que ejerce el Estado. Por si fuera poco, Ramira se reconoce como homosexual, un tema tabú en la época y tan lejos de lo que se esperaba en el agresivo mundo de las pandillas. Al final, entre Max y Ramira se teje una historia de amor no correspondido que se resuelve a manera de riña personal.

Claramente inspirado en los filmes de la época, Julián Hernández logra transportarnos a los ochenta a través de esta estética tan identificable, incluso podría decirse que tiene ciertos tonos de videohome. Este es el segundo largometraje que firma Julián Hernández con un guión que no es de su autoría, el primero fue Rencor tatuado (2018). Ambos son sus trabajos más accesibles hasta la fecha, seguramente un intento de llegar a un público más amplio. Pero las transiciones no necesariamente salen bien. Aunque tiende con descaro al melodrama y muchos de sus diálogos parecen sacados del video de Las cholas de Chalco (con todo y “mi barrio me respalda”), La diosa del asfalto tiene el mérito de retratar la perspectiva femenina de los barrios periféricos, en un momento en que el hartazgo social era (y sigue siendo), particularmente notorio. Insuficiente, pero meritorio intento de un cineasta que siempre da de qué hablar. 

18 FICM: Todo lo invisible

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