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Sin Escapatoria De Abhib Rajhakali / Donizetti Padilla

Donizetti Padilla, joven talento moreliano
Donizetti Padilla, joven talento moreliano

A continuación, les presentamos el trabajo “Sin Escapatoria De Abhib Rajhakali”, del joven talento moreliano, Donizetti Padilla

 

Morelia, Mich., 21 de junio de 2013.- A TIEMPO.MX (www.atiempo.mx), su portal de noticias y denuncias por internet, tiene interés en impulsar el trabajo de los nuevos valores de las letras en Morelia y Michoacán.

 

A continuación, les presentamos el trabajo “Sin Escapatoria De Abhib Rajhakali”, del joven talento moreliano, Donizetti Padilla:

 

SIN ESCAPATORIA DE ABHIB RAJHAKALI

 

Corría presuroso entre la estepa, conturbado y exaltado, quería escapar de la devastación;

con tal escapatoria no hacía sino atizar la flagrante llama de la perdición,

envuelto por torpeza, creía que la distancia podría conciliarle la templanza.

 

Entró en el frondoso y lóbrego bosque, viéndose arrinconado en el orbe entero;

un temible fragor se dispersaba entre las copas de los árboles; no eran las aves rapaces ululando;

un demonio se deslizaba entre los escabrosos troncos,

era temporada de veda pero parecía que su caza sería inexorable.

 

En aquella sepulcral oscuridad se atisbaba el crepitante rugido de una abominación;

yo solo deseaba darle esquinazo, yo creía que la victoria ante el enemigo no me era asequible en aquellos tiempos.

Mis flaquezas engordaban, irónicamente, día a día;

los rasguños del pretérito seguían latentes en mi espalda, como profundos latigazos del que Nunca se Persigna;

la zozobra ante el futuro me embargaba con toscos abrazos;

y el presente se encontraba famélico por tragarse mis esperanzas.

 

¡En qué macilento estado se encontraba mi existencia! Acaso me fuera dable, apenas por bendición, luchar contra un jaguar.

Mi escuálido rostro le era risible al perseguidor; escuchaba sus álgidas risas relamiendo mis pensamientos.

¡Cómo era tan poco hacedero el deshacerme de esa bestia! Que se regocijaba con mi penumbra, que me hacía creer ser el más infinitesimal de los gajos de la perdición.

¡Sutil y circunspecto! ¡Ese monstruo proviene de los más inhóspitos parajes!

 

De aquellos en los que ya no pude subsistir, siquiera; de esos en los que mi respiración se tornó en vaho.

¡Preces! ¡Preces alzaba yo a los Cielos para que me auxiliaran! Para que esta frenética caza se consumara.

Pero quizá ya estaba en el Plan Maestro del Alto que yo me extinguiera fugazmente;

era posible que, en medio de la perfección que la caracteriza, la Vida ya me hubiera escogido para ser brutalmente enrarecido y deshecho.

 

¡Se aproximaba cada vez más a mí! ¡Qué acuciante, qué alucinar!

¿Por qué andaba crédulo en que él tenía más poder que yo? ¿Quizá por haberse robado la seguridad otrora mía?

Un ser patibulario, el cual afeaba cada cosa que tocaba;

era el espurio que había asesinado a mi madre, que había condenado a mi padre; que osó juzgar a mis hermanos y zaherir a mi prójimo.

¿Y cómo no iba a hacerlo si yo, tan pusilánime y pasivo, lo había permitido y había sido de ello el más minucioso testigo?

 

La seguridad que tanto había tenido en mis pasos; la ya lejana firmeza con que sentenciaba a la vida;

¡todo eso, por un trágico desván, se había marchitado!

Qué tan fútil se tornó correr cuando me percaté de que de Abhib Rajhakali no se podía huir.

¡Era ese adefesio el que había estado afanado en indicarme los vituperios que yo había hecho!

Inconscientemente, había sido mi más empedernido profesor; mi más versado instructor.

 

¡Alcé mis brazos y contuve la respiración! Con los pulmones vacíos, así había permanecido durante años.

– ¡No correré más! – Desgañité en un claro del bosque, rompiéndome las cuerdas vocales.

A mi osado acto acudió Abhib Rajhakali, mirándome con esos punzantes ojos suyos;

leyó mi alma y escrutó en mi ser, conjeturó que yo ya estaba preparado.

 

Impertérrito, esperé a que la bestia se abalanzara hacia mí, tal cual lo hizo, arrancándome el rostro, tragándose mi carne;

y cuando hubo quitado todo manto superfluo de mi ser, supe que era el momento indicado.

Mi ego había sido destrozado; mi orgullo acribillado a más no poder…

¡Estaba listo para hacerle cara! Ahora que lo único que me quedaba era alma y determinación.

 

Sujeté al monstruo del cuello, agradeciéndole cuanto había hecho por mí, lo estrangulé y de mi perentorio progreso pareció alegrarse;

cuando su labor hubo de terminarse, se marchitó entre mis lánguidos dedos y se fue lejos para no volver más.

 

Cuando terminó la lid, me dirigí hacia un arrollo que discurría en medio del bosque;

contemplé mi reflejo en la cristalina agua del mismo y observé en qué tan extraño estado me encontraba:

sin huesos, sin carne; sin vestimenta ni deseo…

– ¡Abhib Rajhakali, bendito seas entre todas las criaturas! ¡Que en tu caza desesperada y en tu afán de destrozarme hasta los huesos, me has liberado de todo grillete y de todo ego! ¡Heme aquí ahora, sapiente maestro, derramando lágrimas de felicidad y con toda disposición para salir al encuentro de la Vida!

 

– Donizetti Padilla.

 

 

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