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Entre la ética y la retórica: Las falacias en el discurso político

El uso constante de falacias en los discursos de un político, sea candidato o no, nos debe hacer dudar sobre la solidez de sus argumentos

Morelia, Michoacán, 05 de diciembre de 2023.- La popular Wikipedia nos informa que una falacia, (del latín fallacia ‘engaño’) es un argumento que parece válido, pero no lo es. Si bien las falacias son utilizadas con la intención de engañar o manipular, también es cierto que otras se cometen por meros descuidos o por franca ignorancia.

En ocasiones las falacias pueden ser muy sutiles y persuasivas, encajadas inteligente y malvadamente en un discurso cualquiera, por lo que se debe poner mucha atención para no ser engañados.

Que un argumento sea falaz no implica que sus premisas o su conclusión sean falsas ni que sean verdaderas. Un argumento puede tener premisas y conclusión verdaderas y aun así ser falaz. Lo que hace falaz a un argumento es la invalidez del argumento en sí. 

De hecho, inferir que una proposición es falsa porque el argumento que la contiene por conclusión es falaz es en sí una falacia conocida como argumento ad logicam. En algunos casos incluso se puede llegar a la verdad, pero por mera coincidencia.

En el mundo de la retórica y la argumentación, las falacias son obstáculos que distorsionan la lógica y dañan el tejido mismo de un discurso. Una de las más frecuentes, en realidad bastante frecuente, es la llamada Falacia de Autoridad Moral, también conocida como Falacia de Calidad Moral. Esta falacia es utilizada, malamente, como un argumento que apela a la reputación ética de una persona para validar o descalificar un argumento. Abundando, la Falacia de Autoridad Moral se comete cuando alguien trata de respaldar o descalificar un argumento apelando a la buena o mala reputación de la persona que argumenta, en lugar de atenerse a hechos y datos concretos medibles y verificables.

La calidad moral de una persona no garantiza la validez o la invalidez de sus argumentos; es imperativo separar la ética personal del contenido argumentativo.

Aquí aplica perfectamente la sentencia de Juan de Mairena, personaje ficticio creado por Antonio Machado y que dice: “La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero” .

Un ejemplo clásico de esta falacia de autoridad moral es cuando un líder religioso argumenta que una política es moralmente incorrecta solo porque va en contra de su doctrina o sus dogmas de fe, sin tomar en cuenta todo el contexto del problema. También se puede ver con mucha frecuencia en la política, donde un funcionario podría justificar sus acciones y decisiones apelando a su supuesta integridad moral, sin respaldo sólido de evidencia.

La Falacia de Autoridad Moral comparte similitudes con la llamada Falacia ad hominem, misma que implica atacar al carácter de la persona en lugar de abordar sus argumentos. Ambas desvían la atención de la discusión sustantiva y no contribuyen al análisis lógico de la información.

Aparte de las falacias anteriores, existen otras que se manifiestan con penosa frecuencia en discursos políticos y debates. Las más comunes son la Falacia de la Generalización Apresurada, también llamada de sobregeneralización que básicamente consiste en hacer una afirmación basada en pruebas que son demasiado pequeñas. Esencialmente no puede hacerse una afirmación y decir que algo es cierto si sólo se tiene un ejemplo o dos como prueba.

O sea, eso de que para muestra basta un botón viene siendo un verdadero disparate. Otra es la Falacia de la Pendiente Resbaladiza o llamada también de efecto dominó, esta sugiere que una determinada acción iniciará una cadena de eventos que inevitablemente culminarán en un evento posterior predecible, sin establecer o cuantificar las contingencias relevantes.

El uso constante de falacias en los discursos de un político, sea candidato o no, nos debe hacer dudar sobre la solidez de sus argumentos. Sus correligionarios y simpatizantes dirán que son estrategias efectivas de persuasión, pero la verdad es que son intentos de manipulación. La utilización de falacias definitivamente erosiona la confianza pública en la honestidad y la sinceridad de un orador.

Concluyo: identificar las falacias es imperativo. En especial la llamada Falacia de Autoridad Moral ya que puede con facilidad confundir el juicio del oyente, amén de mandar a la basura la calidad del discurso. En un mundo donde la información juega un papel central, es obligado que los ciudadanos estén en condiciones de diferenciar perfectamente entre argumentos sólidos y vulgares falacias.

Es cuanto.

Alejandro Vázquez Cárdenas

Las mentiras y el periodismo militante (Por: Alejandro Vázquez Cárdenas)

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