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Tláhuac, Marcelo y la cobardía (Por: Alejandro Vázquez Cárdenas)

Matar a golpes y quemar viva a una persona es una de las formas más brutales, crueles, dolorosas y bestiales de morir. Imposible imaginar lo que sintieron estos servidores públicos cuando les prendieron fuego. Al final de ese criminal suceso, ¿alguien tuvo la culpa?

Morelia, Michoacán, 07 de marzo de 2023.- Primero debemos recordar qué es y qué se entiende por cobardía. Cobardía es un sustantivo que significa “ausencia de valor, determinación y voluntad para actuar cuando es necesario ante una situación potencialmente riesgosa o comprometedora”. Con frecuencia se llega a utilizar el sustantivo “prudencia” para disfrazar lo que en realidad es una muestra de cobardía; pero no son lo mismo, la prudencia es la capacidad de discernir el modo y el momento de actuar frente a una situación determinada y la cobardía consiste en dejar de actuar después de haber discernido, debido al miedo de enfrentar las consecuencias. En otras palabras, la persona cobarde sabe lo que es correcto, pero aún así decide no hacer lo correcto por temor a las consecuencias.

Entrando en tema. Dentro de los precandidatos a la Presidencia de la República por parte de MORENA se encuentra el que muchos consideran el más centrado, sensato , leído y escribido, Marcelo Ebrard Casaubón. Puede ser, no es la idea de este escrito el valorar esos aspectos, me enfocare a un detalle de su actuación en el año 2004, cuando era Secretario de Seguridad Pública del entonces DF y el Sr. López era el Jefe de Gobierno.

Los eventos que señalaré ocurrieron en noviembre de 2004 cuando tres jóvenes agentes de la Policía Federal Preventiva realizaban una investigación en San Juan Ixtayopan, Tláhuac. El día 23 fueron retenidos por varios individuos al tiempo que se propagaba la mentira de que eran secuestradores de niños, en unos instantes, una multitud los estaba rodeando, pero curiosamente los golpes se iniciaron sólo después de que les encontraron y fotografiaron las credenciales que los acreditaban como agentes policiales. Lo peor, entre la turba había elementos de la Secretaría de Seguridad Pública capitalina, mismos que se limitaron a observar.

Tratemos de imaginar lo que sintieron estos policías, antes de morir calcinados. Sus torturadores no sólo les dieron la oportunidad de hablar ante las cámaras de televisión sino que también vimos cómo uno de ellos, ante estas mismas cámaras, rogaba por su vida a nivel nacional. La muchedumbre incluso permitió a los policías que llamaran a sus superiores y pidieran auxilio, y un ya muy golpeado policía, por vía telefónica, todavía tiene la cortesía de desear «buenas noches» a su superior. Matar a golpes y quemar viva a una persona es una de las formas más brutales, crueles, dolorosas y bestiales de morir. Imposible imaginar lo que sintieron estos servidores públicos cuando les prendieron fuego.

Al final de ese criminal suceso, ¿alguien tuvo la culpa? ¿Hubo alguien que aceptara su responsabilidad? Pues no, aquí nadie se equivoca, nadie comete errores, nadie falla; todos, desde Vicente Fox, Andrés Manuel López Obrador, Ramón Martín Huerta, Marcelo Ebrard y Fátima Mena, entre muchos otros, ninguno fue culpable.

Tláhuac, con su drama, sacudió las conciencias, pero no movilizó a los políticos. Al contrario, lucieron patéticamente desconcertados. El secretario de Gobierno del Distrito Federal, Alejandro Encinas, minimizó que quemaran a dos policías vivos, señalando (equivocadamente) que eran un caso aislado. La responsable política de Tláhuac, Fátima Mena, huyó dando sonoros taconazos de la escena del crimen, argumentando que era más importante investigar el secuestro de dos niños, hecho que nunca existió. En el colmo de la insensibilidad política, desde el mismo día del linchamiento, el secretario de Seguridad Pública de la capital, Marcelo Ebrard, repite que no pudieron llegar a tiempo «por la orografía» del lugar. En la misma lógica, el comisionado de la Policía Federal Preventiva, cuyos hombres fueron sacrificados, Luis Alberto Figueroa, justificó su ausencia porque el tráfico los entretuvo. Solo la prensa sí llegó cuando todavía estaban con vida.

En el caso específico de Marcelo Ebrard el atentado mostró a un funcionario nervioso, con respuestas sesgadas, que no puso el orden cuando debía, y que le tuvo pánico a la gente. Puede argumentar lo que quiera, pero a fin de cuentas su desempeño fue peor que deficiente.

Pero el caso más vergonzoso es el de Andrés Manuel López Obrador, el jefe de Gobierno del Distrito Federal, responsable directo de la seguridad en la capital del país y quien, paradojas de la política, utilizó el tema de la seguridad pública como uno de los «ganchos» electorales en su etapa de candidato a Jefe de Gobierno. Pero una vez que llegó al poder, Obrador se olvidó del papel estratégico que para sobrevivir como gobernante tiene el asunto de la seguridad pública. Ya desde entonces podía adivinarse la llegada del “abrazos y no balazos” como política de seguridad.

Concluyo. Es bueno recordar la historia para no repetir los mismos errores. Sería lo deseable.

Alejandro Vázquez Cárdenas

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