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Un pueblo de ignorantes (Por: Alejandro Vázquez Cárdenas)

Está comprobado que el ser humano es irremediablemente crédulo, sobre todo cuando se trata de noticias y datos que le resulten compatibles con su muy particular catálogo de ideas fijas

Morelia, Michoacán, 31 de marzo de 2020.- Está comprobado que el ser humano es irremediablemente crédulo, sobre todo cuando se trata de noticias y datos que le resulten compatibles con su muy particular catálogo de ideas fijas, mismo que ha desarrollado desde su infancia, en el seno de su familia, en la escuela, con sus amigos, con lecturas propias o inducidas y posteriormente en el ambiente laboral.

Así vemos que una determinada noticia, cierta o falsa, eso no importa, adquirirá patente de «verdad absoluta» si concuerda con la información, verdadera o falsa, que previamente la persona ha adquirido.

Aquí está precisamente el problema, si la información que un niño recibe en su casa en deficiente en calidad y/o cantidad, y la que recibe de joven en la escuela es mediocre, fragmentada, tendenciosa y sin fundamentos científicos sólidos, impartida por «maestros» más interesados en andar de agitadores que en cumplir con su labor de docentes, entonces su formación cultural dejará mucho que desear.

Posteriormente, si termina una carrera universitaria, la que sea, tampoco es garantía de nada. El ejemplo más evidente de lo anterior lo vemos en los denominados “chairos”, personas impermeables a cualquier razonamiento y ciegas ante cualquier evidencia en contra de los creencias.  

Si a esto agregamos que el mexicano no lee más allá de un libro por año, y que según la OCDE y cuanta estructura de evaluación existe  no entiende bien a bien lo que lee, y si de remate aceptamos que una buena parte de su información la obtiene de la televisión comercial y desde hace unos años en las llamadas “redes sociales”  entonces debemos aceptar que estamos ante un verdadero problema, un panorama desolador. 

¿Qué calidad tiene la televisión comercial en México? Lamentablemente para la mayor parte de su  programación la calificación más adecuada oscila entre mala y pésima. Los programas de concursos, los de chismes intrascendentes, los musicales llenos de lo que se ha denominado «música Kleenex» (úsese y tírese), la saturación con eventos deportivos de discutible calidad  y demás tonterías son bodrios insultantes para la inteligencia. Pocos programas son rescatables e incluso hay algunos muy buenos, pero resulta que están en horarios propios para veladores.

La radio no está mejor. Existen cada vez menos estaciones de la llamada «música culta», mismas que mueren desplazadas por la música grupera y la balada desechable. Los programas de pseudociencia, naturismo, horóscopos, terapias alternativas y chismes de la farándula predominan. Los programas de contenido educativo son de una pobreza alarmante y varios programas noticiosos han abandonado cualquier intento por la objetividad y apuestan decididamente por la estridencia, el sesgo y la descalificación. De la llamada “Hora nacional”, programa que sorprendentemente aún se transmite los domingos poco se puede decir; su presencia en el cuadrante es meramente testimonial.

El cuadro se completa con la programación de eventos deportivos, sobre todo los fines de semana,  «Pan y circo», antigua y aún vigente fórmula del Imperio Romano. A este respecto podemos hacer un pequeño ejercicio interrogando a un conocido; casi con seguridad veremos que nuestro interlocutor no sabrá bien a bien qué significa y qué alcances tiene la  autonomía universitaria pero sí nos podrá informar cuántos puntos obtuvo el equipo de fútbol Morelia y además podrá disertar con gran sapiencia sobre las virtudes de «X» jugador que milita en tal equipo.

¿Consecuencias de esta triste realidad? Las previsibles, vean las votaciones; tenemos un pueblo con una cultura que oscila entre pésima y mediocre, una visión del mundo deformada y sesgada, una veneración por ídolos transitorios y sin valor intrínseco, una escala de valores contaminada con criterios comerciales e inmediatistas, un desprecio por la cultura del esfuerzo y ahondamiento de profundas contradicciones sociales al ensalzar una serie de valores ligados no al trabajo sino a la delincuencia.

La mayoría de las universidades no se escapan a la mediocridad nacional, pues son parte de la misma, por sus maestros, sus alumnos, sus laxos criterios de ingreso, permanencia  y titulación y sus atrasados programas académicos. Así vemos médicos recién graduados que no saben de qué lado está el bazo y que escriben «útero» con «h», arquitectos e ingenieros que al construir una depósito de agua este se les desfonda en cuanto lo llenan, abogados que con trabajo nos recitan el abecedario completo, psicólogos que aún piensan que las teorías freudianas tienen soporte científico. Así un largo etcétera.

Remedio a esta tragedia, solo uno, educación de calidad. O sea nunca, jamás, imposible en México; adiós primer mundo; seguiremos en el furgón de cola. Pero eso sí. ¡Como México no hay dos!

Alejandro Vázquez Cárdenas

Simonía. Datos. (Por: Alejandro Vázquez Cárdenas)

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